Serrat… de vez en cuando la vida.
Ayer noche un selecto grupo habremos disfrutado de la presentación de Joan Manuel Serrat en nuestra ciudad.
El privilegio y criterio de selección refiere exclusivamente a la posibilidad de pagar los altos precios de las entradas. Las más económicas fueron de 900 pesos, más un servicio de boletaje de 72 pesos, que le elevan a casi mil. La gama de precios avanza hasta llegar a mil cuatrocientos.
Que se hayan agotado los boletos, como anunció la empresa, demuestra lo que Serrat afirma en “La aristocracia del barrio”: ha de haber gente pa todo, al parafrasear la célebre respuesta del torero español Rafael Guerrita, luego del asombro que le causara saber la existencia de la profesión de “filósofo” al presentarle a Ortega y Gasset. Hay gente pató, respondió.
No es asunto de Serrat el precio de las entradas. Corresponden al cálculo de costo-beneficio de la empresa que le trae a la ciudad. No hay disputa, por otra parte, respecto a la justicia de que el artista, cualquiera, sea recompensado adecuada y dignamente por su trabajo. La trayectoria de Serrat habla por sí misma, y es de unánime reconocimiento no solo en la cultura poética y musical iberoamericana, de la que es un referente ineludible, sino también en otros horizontes y latitudes lingüistas y culturales. Vale cada peso pagado por acudir a verle y escucharle, pues la retribución musical, literaria y emocional, la supera con creces. Y como él mismo lo recomienda, en “Soneto a mamá”, no hay que confundir valor y precio. Y, aun así, no es menos cierto que muchos de sus seguidores y seguidoras, se vieron impedidos de disfrutarle por el precio de las entradas.
Es sabido que la trayectoria personal y artística de Serrat da probada cuenta de su crítica al statu quo y su compromiso por causas emancipatorias y libertarias, que suponen la justicia y la equidad. No hay duda. De entre los muchos logros de su fecunda carrera, resalta que su propuesta artística haya logrado trascender incluso los públicos propensos a tales causas, y calar también en otros públicos menos dispuestos y proclives a tales compromisos. Y eso se debe a la enorme calidad y exquisita sensibilidad de sus letras, música y personalidad del cantautor catalán.
El alto precio de las entradas para verle, como para otros muchos eventos culturales, es el reflejo de las tendencias contemporáneas a que solo reducidos grupos sociales disfruten de los beneficios culturales, así como los de naturaleza económica, políticos y sociales en general.
“¡Es la economía, estúpido!”,reza una célebre explicación política gringa noventera. Bastaba, uno de mi calle me ha dicho, con que no hubiese pagado los 972 pesos para asistir, y escucharle una y otra vez -sin restricción económica alguna- en la colección de discos que de él tengo, y dejar de lamentarme. Aunque en justicia debo señalar que me pagaron el boleto en lo que constituye un inmerecido regalo y un sobrevaluado aprecio por mi persona.
No se trata, sin embrago, de algo personal. No. La tensión entre el efectivo acceso a los beneficios sociales y culturales, con la enorme brecha de desigualdades, posibilidades y oportunidades, es lo que caracteriza, hoy por hoy, a las democracias realmente existentes. Es la cada vez más aguda tensión entre derechos y capitalismo.
No la resolverá “El Nano”. Menos yo con éstas reflexiones semanales al vuelo, pero no está de más abordarlas cuando hay ocasión.
Y, si todo ocurre en la cotidiana previsibilidad, al terminar de escribir este artículo iré encantado al concierto, sin culpa ni escrúpulo. Y para cuando alguien lo lea aquí publicado, ya habré disfrutado de Serrat con emoción y devoción extremas, como en anteriores ocasiones. Y lo haré porque, de vez en cuando la vida se nos brinda en cueros, y nos regala un sueño tan escurridizo, que hay que andarlo de puntillas, por no romper el hechizo.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)