Pederastia y la élite local
Desde hace tiempo la sociología estudia las élites, ese determinado grupo social minoritario que ostenta, ejerce y suele monopolizar el poder en diversas esferas, controlando los bienes económicos, políticos y los bienes culturales objetivados, interiorizados y simbólicos, entre otros.
La sociología de las elites analiza a quienes ocupan tal posición destacada detentando recursos apreciados por la comunidad pero escasos, tales como el poder y la riqueza, así como explorar las instituciones sociales, políticas, educativas, y económicas que organizan y distribuyen tales capacidades y recursos, permitiendo el acceso a ellos.
Se habla de la existencia de una élite de poder cuando quienes están en tal posición se configuran como un grupo social que, independientemente de las estructuras de autoridad en donde cada cual se ubica, comparten un conjunto de valores, creencias y actitudes tanto sociopolíticas como socioculturales, donde se incluyen los valores éticos y hasta religiosos, conformando un plano normativo semejante, así como un capital social particular.
La sociología de las élites suele estructurarse alrededor de: el análisis de las relaciones de poder a partir de las cuales éstas se configuran; la forma cómo se llega a las posiciones de élite en una sociedad, lo que se conoce como su reclutamiento y rotación; y la forma en que se estructuran las relaciones sociales que se producen entre ellas, sea por el grado de homogeneidad social al compartir los mismos orígenes sociales, semejantes posiciones de clase previas a la conformación de la élite, o por formar parte de las mismas redes de relaciones que se estructuran a través de la familia y amistades, así como poseer un capital social común. A cada aspecto le corresponde un método de análisis propio: el posicional, el reputacional y el análisis de redes.
Desde cualquiera de estas perspectivas, es claro que Eduardo Córdova Bautista formaba parte integral de la élite potosina. Tanto por su origen social de abolengo, la investidura sacerdotal que otorga en la élite social particular deferencia, como por el privilegiado lugar que ocupaba al interior de la estructura eclesiástica como Representante Legal de la Arquidiócesis durante veinte años, que le convirtió en el natural interlocutor de ésta con el poder político local.
Córdova igual acudía al nombramiento de los delegados federales, como formaba parte de diversos consejos consultivos del Ejecutivo y la autoridad municipal, que era solicitado por la élite social para celebrar sus bodas, primeras comuniones y bautizos. De todo ello hay abundantes testimonios públicos.
¿Ignoraba la élite local sus conductas? Es difícil aventurar una respuesta general y tajante. Sin duda existían sectores que las desconocían, así como otros que las conocían en cierto grado, de lo cual dan testimonio los rumores que en torno a ello existían en instituciones educativas privadas y sus comunidades educativas. Se articulaban en torno a anécdotas contadas por algunos, de hechos propios o conocidos a través de terceros, y se situaban en el terreno de la permisividad que las élites suelen dar a ciertos comportamientos de sus integrantes. Permisividad que, en el caso de la investidura sacerdotal tiene ciertas peculiaridades para los comportamientos de índole afectiva y/o sexual. Es probable que muchos integrantes de las élites no conocieran a profundidad el grado de sordidez de algunas de las conductas que han quedado recientemente expuestas, pero es innegable que algunos sí las conocían. La institución jerárquica católica, es decir, sus Arzobispos y un significativo sector de su clero, en cambio, las conocían a profundidad.
Resulta difícil de creer, para el caso de una élite tan compacta y cerrada como la local, que tales historias no traspasaran tales ámbitos educativos institucionales que, por otra parte, forman parte de los mecanismos de acceso a la propia élite. El sigilo al interior de la estructura eclesiástica es algo más complejo, sin duda.
Más allá del grado de control, dominio y manipulación psicológica ejercida por el sacerdote tanto a muchas de sus víctimas como a sus entornos cercanos, otro elemento a considerar es el costo reputacional que al propio interior de la élite, habrían tenido quienes tuvieran el atrevimiento de exponerlas o, más aún, denunciarlas. La dinámica reputacional propia de las élites, así como un entorno institucional de encubrimiento, son factores que explicarían -en parte- lo ocurrido. Ello, desde luego, no le justifica.
Como sea, lo ocurrido requerirá de un extendido análisis, para entender y explicar la patología social de la élite local, además de la personal del victimario. Vayan, por ahora estos apuntes.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)