Narcotráfico y necropolítica
La detención del líder de los Zetas, Miguel Ángel Treviño Martínez, vendrá a comprobar de nueva cuenta que en el actual contexto político y social los problemas de criminalidad y violencia que el narcotráfico genera no serán resueltos con su captura o la de cualesquier otro narcotraficante, con independencia de la estrategia de combate utilizada en su contra. No es que no sea importante su captura, lo es sin duda, pero terminará por no ser significativa para el problema en su conjunto.
En una colaboración anterior (27 de junio) abordaba el concepto de necropolítica, un orden basado en el control y el uso económico del poder de dar muerte, que para algunos analistas constituye el embrión de un nueva variante del capitalismo al que denominan como Gore y Zombie, caracterizado por valores y prácticas económicas, políticas, sociales, culturales y simbólicas de la más extrema y explícita violencia en contextos de precarización económica, crimen organizado y los usos predatorios de los cuerpos.
Resulta imposible entender a Treviño Martínez sin los fenómenos que explican a la necropolítica, particularmente el empoderamiento logrado por medio de prácticas violentas que resultan rentables dentro de las lógicas de la economía del narcotráfico. Se sabe que el empoderamiento de los Zetas obedece al uso de la violencia extrema que les ha permitido apoderarse de un sector de mercado del narcotráfico. No fue algún tipo de habilidad comercial o de intercambio, sino sus prácticas de violencia extrema las que explican su éxito.
Analista denominan tal fenómeno como “necroempoderamiento”, proceso mediante el cual se transforman contextos y situaciones de vulnerabilidad en posibilidad de acción y autoafirmación, pero reconfigurados desde prácticas propias de utopías negativas y perversas (distópicas) a través de técnicas de violencia extrema como el derramamiento de sangre explícito e injustificado, la desmembración de los cuerpos humanos, la tortura, el asesinato a mansalva y la crueldad explícita para suministrar la muerte. Los procesos de “necromepoderamiento” solo son posibles en contextos acompañados de precarización económica, contrastado por el mecanismo del hiperconsumismo inducido por la economía de mercado, la corrupción política y empresarial, y por procesos de enaltecimiento (heroificación, le llaman algunos analistas) de las conductas criminales que suponen la trivialización social, mediática y lúdica de la delincuencia.
En tales contextos las prácticas criminales que conllevan violencia suelen ser socialmente aceptables como medio de enriquecimiento rápido que otorgan, además, reconocimiento social. No es que el uso y abuso de la violencia como estrategia para el enriquecimiento vertiginoso no haya existido en otras épocas, sino que éste se recrudece con la incorporación de la violencia extrema que adquiere un valor simbólico y hasta económico.
Así las cosas, sin duda alguna otro ocupará el lugar que deja Treviño Martínez, en tanto que el contexto social, económico y político no están siendo modificados, por el contrario, parecen agudizarse las causas que generan personajes propios y adaptados a las condiciones de la necropolítica.
La captura de Treviño Martínez bien podría brindar información respecto de la forma en que el narcotráfico está reconfigurado al Estado mexicano, un proceso sobre el que poco o nada se dice, y que permitiría entender cómo procesos avanzados de corrupción y narcotráfico, entre otras formas de ilegalidad, alteran las reglas y las normas formales de racionalidad, funcionamiento y legitimación de distintos Estados, así como las reglas informales del juego social. No se trata solo de la “captura” del Estado por el narcotráfico, sino de la Reconfiguración Cooptada del Estado por parte de aquél, como dan en llamar a tal fenómeno algunos analistas. Pero es del todo previsible que el Estado mexicano no esté interesado en ahondar en ello sería, como dice el dicho, escupir para arriba.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)