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Morir en la cárcel: de San Luis a Buenos Aires

Morir en la cárcel es, pienso, indeseable si de morir se trata. Pero hay de formas a formas, y de razones a razones, sin duda.

Hace unas semanas, en un absurdo, murieron trece personas en el penal de La Pila aquí en San Luis Potosí. Esta semana, en Buenos Aires, Argentina, murió en la cárcel Jorge Rafael Videla, genocida, dictador y golpista argentino, que lo fue en el lapso de 1976 a 1981, el más cruel de los periodos de los gobiernos militares argentinos, durante la “guerra sucia” -¿hay alguna “guerra limpia” o un gobierno dictatorial-militar “incruento”?-.

Videla fue un cabrón utilizado por los poderes fácticos de la Argentina de aquél entonces. Esos poderes locales, a su vez, tuvieron apoyo y asidero en los intereses hegemónicos de los Estados Unidos de Norteamérica enmarcados en el periodo de la Guerra Fría. Esos intereses de poder global y local, condenaron a la tumba y la desaparición a no menos de treinta mil personas en otra de las ignominiosas páginas de la historia del continente. Treinta mil vidas truncadas y arrebatadas con sus secuelas familiares, emocionales, económicas, sociales y políticas que aún no tienen fin.

Su personalidad gris y siniestra, atravesada por una conducta con rasgos psicópatas, “degradado y miserable” le caracteriza el político y periodista Miguel Bonasso que ha dedicado gran parte de su vida a investigar y denunciarle, le convirtió en vehículo idóneo de la oligarquía argentina para la represión y el exterminio.

Torturas indescriptibles practicadas para degradar al límite a miles de hombres y mujeres, robo de infantes luego de desaparecer a sus madres en cautiverio, robo de identidad de los menores sustraídos, los vuelos de la muerte para arrojar vivos a los detenidos, así como toda una estrategia sistemática de robo de los bienes de las personas desaparecidas para apropiárselas por parte de los verdugos psicópatas como Jorge "Tigre" Acosta, Alfredo Astiz, y Ricardo Miguel Cavallo –aquél del RENAVE de Zedillo- entre tantos otros que estuvieron bajo el mando de Videla.

La justicia, como siempre, encontró todo tipo de obstáculos desde el indulto menemista de 1990, el arresto domiciliario por “razones de edad” y otro tipo de argucias políticas y jurídicas, hasta que finalmente fue encarcelado en una prisión del fuero común, varios años lo estuvo en una militar.

La muerte de Videla en la cárcel es, con todo, un reflejo -así sea pálido y tardío- de la justicia. Cientos, si no miles de dictadores genocidas, así como sus operadores subalternos han logrado escapar de la justicia amparados por sus sucesores en el poder o por politiquerías que suponen que “vale más un buen arreglo que un buen pleito” cuando se trata de violaciones graves a los derechos humanos cometidas desde el poder. He aquí, tan al día, el episodio de la Corte de Constitucionalidad de Guatemala anulando la sentencia de 80 años de cárcel impuesta a Ríos Montt y “rebobinando” treinta días a la realidad. Cientos, si no miles de genocidas, ni se les ocurrió siquiera la remota posibilidad de ser llamados a cuentas y tantos otros murieron en la tranquilidad de sus hogares, rodeados de su familia, gozando aún de su cercanía con el poder, de los bienes y beneficios que éste les dejó y sin ser molestados en forma alguna y hasta respetados por un círculo cercano de incondicionales que les amurallaban. Otros más lo fueron en los exilios dorados financiados por los bienes y las vidas de sus víctimas. No murió así Videla, murió preso, una muerte indeseable a nadie cierto, pero ganada a pulso en castigo a sus crímenes. Murió preso culpable, no inocente como tantos otros presos. Y, aun así, murió mejor que sus víctimas.

Miles murieron exhaustos por la tortura, la degradación, la ignominia, ultrajados hasta el fondo, acribillados a mansalva, vendados los ojos en espera angustiosa de la bala asesina disparada a sus espaldas, dopados con pentotal y arrojados vivos desde aviones a estrellarse en las costas uruguayas y argentinas, posteriormente suicidas inmersos en la depresión ante la imposibilidad de sobreponerse a las torturas, muertos de tristeza sus familiares, muertos…una pila inmensa de muertos, un océano de muertos a los que él y sus esbirros les negaron morir digna y apaciblemente entre los suyos, de “causas naturales”, por razones de edad siquiera.

La muerte en cárcel de Videla es un asomo legítimo de justicia, no es venganza primitiva, fue juzgado con garantías, con un debido proceso, con instancias judiciales como las que no tuvieron sus víctimas. No es su muerte, un hecho natural, la manifestación de la justicia, es el dónde. Murió cómo y en donde debía.

Qué distancia, entonces, de las muertes en la cárcel aquí ocurridas.

Memoria, verdad y justicia… la memoria es el camino de la verdad, y la verdad es el camino de la justicia.


(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)


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