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Las personas desaparecidas nos faltan a todos

La desaparición forzada es un es un crimen aberrante y de extrema gravedad considerado por el derecho internacional de “lesa humanidad”, es decir, que lesiona y agravia al género humano y a la sociedad en su conjunto. Constituye una violación de derechos humanos especialmente cruel, que afecta tanto a la persona desaparecida como a su familia y amistades. Así lo he podido constatar en mi experiencia personal.

Durante los cerca de veinticinco años de activismo por la promoción, defensa y difusión de los derechos humanos que estoy por acumular, he sido testigo cercano de muchas penas y dolores: personas torturadas, otras detenidas y encarceladas de manera arbitraria e injusta, otras han sido sujetas de la represión policíaca o política, familiares de personas ejecutadas arbitrariamente por cuerpos de seguridad. En Chiapas, en los parajes de la comunidad de Morelia municipio de Altamirano, en el año de 1994, con otros integrantes de OSC de derechos humanos, acompañamos a familiares a reconocer y recoger los cuerpos de sus esposos, padres y abuelos desaparecidos días antes por el ejército durante el cerco militar que realizó el ejército en los primeros días posteriores al levantamiento zapatista. He tenido que comunicar a los familiares, luego de año y medio de angustia, que su hermano, su hijo, fue identificado entre los restos que la violencia demencial primero se tragó y luego vomitó de las fosas de San Fernando Tamaulipas, a donde el azar y la desgracia le hicieron transitar cuando se desataron los demonios bajo el cobijo cómplice de las autoridades.

He visto y sentido la desesperación, la impotencia, la angustia, la rabia, el abatimiento, la esperanza, el dolor, el desconsuelo y el consuelo, la convicción de la lucha por la justicia, el desaliento ante la impunidad, y muchos otros sentimientos profundos , hondos, lacerantes y desgarradores, ante los que las palabras son exiguas, insuficientes, donde solo queda el silencio comprensivo y respetuoso de la pena, y acaso, el limitado acompañamiento, la más de las veces moral, y en otras ocasiones para orientar de asuntos o estrategias jurídicas, o la realización de trámites diversos.

Pero poco sabía de la profundidad de la pena hasta que conocí del dolor por la persona desaparecida.

Durante meses, diariamente, Carmen siguió llamando al celular de Moisés para escucharle cuando se activaba el buzón de voz, hasta que el número celular debió ser desactivado. Moisés desapareció con otros tres amigos, con todo y los dos automóviles en que se desplazaban al salir de una fiesta y dirigirse a sus casas. Ni los carros hallaron las autoridades. Pocos e ineficientes intentos hicieron para ello.

Yolanda sufre cuando Carlitos, el hijo menor que procreó con Carlos, desaparecido en Cárdenas hace cuatro años, le dice que no quiere ir a la escuela porque le preguntan por su papá. Yolanda tiene que ser fuerte ante su hijo para impedir que él también se deje vencer por el abatimiento. Pero ella con nadie lo comenta, oculta su dolor. Nunca había hablado de sus sentimientos durante tres años. Cuando lo hace es un torrente desbordado de dolor. Dolor de mujer, de esposa, de madre.

Cuando en las reuniones familiares preguntan por Ricardo, inventan que se fue para Estados Unidos porque allá encontró un “buen trabajo”, finalmente un joven profesionista egresado de una escuela privada, el relato es creíble. No quieren contar que Ricardo desapareció junto con otro amigo una noche de hace tres años. Tienen miedo a la estigmatización de los desaparecidos. “Algo habrán hecho para que les pasara lo que les pasó ¿no?”. Al cabo del tiempo dejan de ir a las reuniones familiares, ya no soportan las preguntas recurrentes y volver a contar la mentira adosada con una nueva anécdota que siga dando crédito a la versión. Se sufre al hacerlo. Se aíslan, dejan de ver a sus otros familiares cercanos. Se enferman, padecen extrañas alergias, diarreas y dolores que nunca antes sufrían

La incertidumbre les colma ¿Dónde está? ¿Cómo le tienen? ¿Pasará hambre? ¿Frío? ¿Le maltratan? ¿Si enferma, quien le cuida y alivia? ¿Por qué a él o ella? ¿Quiénes fueron los que le desaparecieron? ¿Cómo fue? ¿Qué estará pensando? ¿Cuándo volverá? ¿Volverá? ¿Ha muerto? ¿Vive?

Cuando se encontraron y reconocieron en el monte los restos humanos en Altamirano, cuando comuniqué a la familia que los restos de su hermano fue encontrado en San Fernando, el abatimiento hizo presa a las familias, cierto, pero en ambas latitudes, la selvática Chiapas y el árido San Luis, la reacción posterior fue la misma: finalmente podrían enterrar cristianamente, de acuerdo a sus costumbres, a sus familiares, así sus muertos encontrarían descanso, porque aún en ese dolor lacerante, el amor les llevó a pensar primero en el ser querido. Encontrado, así, un cierto consuelo, válido y legítimo, coherente a su cosmovisión. El duelo sí, pero el duelo al fin, la certeza de saber algo más allá de la irracionalidad y el absurdo que les arrebato de entre ellos. No ocurre así con la persona desaparecida. Su ausencia es permanente, constante, actual por efecto de la incertidumbre a la que abona la incapacidad y la insensibilidad de las autoridades que nada hacen o investigan o que, peor aún, se coluden activa u omisamente en la desaparición de las personas.

Pensé equivocadamente que los años de acompañamiento a diversas víctimas, la cercanía a su dolor, me habría dado serenidad y fortaleza para acompañar a los familiares de las personas desaparecidas. Pero cuando sus vidas y sus ausencias se me cruzaron entendí que no. Que hay abismos de dolor inescrutables.

Pero podemos y debemos preservar su memoria, para así apartarlos del olvido al que los condenaron sus victimarios así como la indiferencia, indolencia e ineficacia de las autoridades. Por ello este viernes 30 de agosto a las 19:30 horas, en la Plaza de Armas de nuestra ciudad, les acompañaremos a conmemorar el Día Internacional de la Persona Desaparecida.

¡Memoria, verdad y justicia!…la memoria es el camino de la verdad, y la verdad es el camino de la justicia.


(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)


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