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Incertidumbre democrática

Allá por el último trimestre del 2011 y aún durante el primero de este año, al conversar con distintos conocidos, amigos, colegas y activistas no sólo locales sino también de otros lugares del país prevalecía una especie de adelantada certeza, inamovible para algunos, sobre los resultados que podía deparar el proceso electoral del 2012.

Escéptico como resultado de mi formación –o deformación- filosófica, que por método de análisis y acercamiento a la realidad me aparta, de principio, de la percepción del sentido común, de lo que aparece como obvio a simple vista y al análisis inmediato, sostenía que en el actual estado de cosas de la sociedad –tanto local como global- lo único cierto es la incertidumbre. Que era bastante impensable un escenario que se mantuviera tan estable, en materia de preferencias electorales, como el que aparecía –o se pretendía hacer aparecer- ante la percepción pública en esos momentos.

Mencionaba, entonces, que la incertidumbre podía venir del exterior, mediante una crisis o colapso financiero grave que podía impactar y perturbar el escenario local. O podría ocurrir, sin desearlo desde luego, incluso alguna catástrofe natural que introdujera un elemento convulsivo. En fin, que de manera inesperada, por algún factor externo o interno, natural o de carácter social, surgiera un elemento imprevisto que modificara tal escenario, siendo que la incertidumbre es el único dato cierto de las sociedades contemporáneas y un elemento fundamental del análisis actual.

Desde su planteamiento inicial en el campo de la física por Heisenberg, hasta las formulaciones en el campo de la ciencia política por Claude Lefort y Adam Przeworski para el caso específico de la democracia, o la sociedad de riesgo en la sociología de Ulrich Beck, la incertidumbre es un dato que resulta valioso para el análisis, y debe ser considerado como elemento imprescindible en el planteamiento de los escenarios previsibles. Pensar sin certezas, es el subtítulo de un excelente libro de Dardo Scavino, mediante el cual nos presenta un claro y acertado panorama de la filosofía actual.

La incertidumbre, sin embargo, no elimina la probabilidad: hay unos resultados más probables que otros.

Por ello, ya desde hace algunos meses, podían elaborarse tres escenarios probables: a) un puntero inalcanzable; b) dos finalistas con posibilidades en la recta final; c) una elección dividida a tercios. Cada candidato, su equipo de campaña y sus aliados diseñaron la estrategia propia en base a alguno de los escenarios posibles.

El primer escenario fue manejado por el candidato del PRI y sus bases y cúpulas de apoyo. El segundo escenario era al que apostó el PAN y el tercero, aún sin manifestarlo, parecía ser el óptimo en la estrategia de las izquierdas. Cualquiera de ellos se definiría en el último tramo de la contienda.

Un acontecimiento imprevisto, a menos de dos meses de la jornada electoral, vino a modificar los escenarios elegidos por los actores políticos: la visita de Peña Nieto a la Ibero y su secuela ¿quién pudo haberlo previsto? Nadie… la incertidumbre jugando su papel.

En pocas semanas la irrupción juvenil ha colocado el escenario en un lugar distinto del previsto por los propios actores, a pesar de que algunos de ellos quieren mantener el propio en la percepción pública.

Sin embargo hay datos que apuntan al escenario de dos punteros, más no con el libreto deseado por el PAN. La izquierda ya no se coloca en el escenario de los tercios, sino que pugna por colocar en la percepción pública el escenario de los dos finalistas con posibilidades con su candidato como uno de ellos. No sólo las encuestas –vistas en su conjunto- apuntan a ello, sino también la identificación del enemigo a vencer por parte de las campañas. Coincidentemente PRI y PAN abren fuego directo mediante propaganda negra contra el candidato de la izquierda, por distintas causas e intenciones, pero porque el escenario de la recta final les indica que es el candidato a detener.

Sea por lo que sea y pase lo que pase nos esperan semanas de duro fragor.


(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)


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