Guido, el hijo de Laura y nieto de Estela fue encontrado
La desaparición forzada de un ser querido es uno de los dolores más profundos que puede sufrir cualquiera.
Si bien las causas y contextos en las que éstas ocurren son distintas, el desagarro interno es el mismo: desde la “Carta abierta a mi nieto” de Juan Gelman, la búsqueda de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, los poemas del exilio de Mario Benedetti, hasta las desesperadas llamadas de la madre al celular de su hijo desaparecido para escuchar una y otra vez el mensaje grabado con su voz, aferrándose así al hijo ausente.
Si en Argentina y en otros países de la región, las desapariciones fueron una política de Estado desplegada por las fuerzas de seguridad para reprimir a opositores y a la población en general, y crear un ambiente de terror para controlar a la nación, en México lo ha sido por la descomposición del Estado que permitió e impulsó impunemente una espiral demencial de violencia vinculada a las actividades criminales del narcotráfico. Vacío institucional, corrupción y colusión del Estado crearon las condiciones para sembrar el país de cadáveres, fosas clandestinas y personas desaparecidas, como nunca en la historia reciente. Pero el desgarro, allá en el sur y acá en el centro, es el mismo.
Como política de Estado o como su ausencia, las desapariciones forzadas son un crimen aberrante y de extrema gravedad que agravia al género humano y a la sociedad en su conjunto, por lo que el derecho internacional les considera como delitos de “lesa humanidad”, como se estipula en la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas (1994), el Estatuto de la Corte Penal Internacional (1998) y la Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas (2006).
Por ello, aunque sea a miles de kilómetros de distancia, y de personas con las que no tenemos trato personal alguno, cuando llega la noticia de que otro hijo de personas que fueron desaparecidas por el terror estatal y que nació en cautiverio de sus padres ha sido encontrado, algunos tan lejanos también nos alegramos pues ese agravio al género humano que representa la desaparición forzada, ha sido vencido parcialmente. Los victimarios no solo les desaparecieron sino que pretendieron borrar incluso su memoria y descendencia. Pero el amor y la lucha por la preservación de la memoria de los seres queridos, vuelve a escribir otra de las valerosas y conmovedoras páginas de la historia de la dignidad humana.
Así sean escasas esas páginas ante el cúmulo de noticias bárbaras que a diario nos abruman, vale la pena resaltarlas para que tanto aquí como allá y en todas partes, se diga y cuente, se sepa y repita una y otra vez, para ahuyentar el olvido, para traerles a la memoria, para conmemorar a las personas desaparecidas y hacerles entender a sus victimarios que, insensatos,les creyeron muertos y olvidados, teniendo su muerte por completa destrucción, pero ellos aún están entre nosotros por la evocación de su memoria y la lucha inquebrantable por su búsqueda.
Sí, que se escriba, se lea y grite a voz en cuello: tras una incansable lucha de más 35 años de búsqueda Estela de Carlotto, Presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo en Argentina, encontró a su nieto, Guido, nacido en cautiverio, hijo de Laura Carlotto y Oscar “El puño” Montoya, asesinados por la dictadura argentina.
¡Memoria, verdad y justicia!…la memoria es el camino de la verdad, y la verdad es el camino de la justicia.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)