El calderonato: la calamidad sin cuento
El sexenio de Calderón ha sido una calamidad en todo el sentido de la expresión.
Ernesto Garzón Valdés, reconocido filósofo del derecho, en su ya célebre obra Calamidades (Gedisa, 2004), distingue entre éstas y las “catástrofes”, términos que suelen usarse como sinónimos, pero que no lo son.
Una “calamidad” -afirma el autor- es una desgracia, desastre o miseria que resulta de acciones humanas intencionales. Una “catástrofe” es también una desgracia, desastre o miseria, peroprovocada por causas naturales que escapan al control humano. Las calamidades son evitables, las catástrofes no.
Los autores de calamidades, continúa, adoptan siempre una estrategia de justificación, que se pueden clasificar en cinco posturas: a) sostener que era una desgracia humanamente inevitable; b) negar la autoría aduciendo que su realización no fue una acción intencionada sino un “daño colateral”; c) la calidad superior del supuesto bien perseguido que supera con creces los costos a pagar; d) alegar que la situación en la que hubo que actuar era ya calamitosa y que lo único que podía hacerse era optar por la calamidad menos grave; e) postular que la calamidad era imprevisible. ¿Cómo no reconocer aquí los argumentos de Calderón para justificar el baño de sangre en que sumió al país durante su mandato?
Siguiendo el hilo de la reflexión de Garzón, quien argumenta la estrategia del “daño colateral” o la “consecuencia inevitable”, y dado que tal argumento es racionalmente inaceptable, no solo postula un absurdo, sino que debe concluirse que quien lo hace debe ser una persona “mentalmente anormal” para poder sostener tal argumento. Ni que decir respecto de que resulta moralmente inaceptable.
Argumentar la calamidad como la “única” alternativa, reconociendo que se actuó calamitosamente, pero aduciendo que de no haberlo hecho así la calamidad habría sido mayor o igualmente grave, es otra falacia. Es un razonamiento contrafáctico, es decir, un ejercicio imaginario de lo que hubiera podido haber ocurrido. Un argumento que no puede ser sometido a prueba alguna. Dado que nunca podremos saber con exactitud qué hubiera ocurrido de no haber actuado como lo hicimos, cualquier argumento contrafáctico, particularmente en materia de decisiones gubernamentales que conllevaron el baño de sangre del calderonato, no solo es una falacia sino una atroz e imperdonable irresponsabilidad, pues denota que la decisión tomada se realizó como consecuencia de haber evaluado equivocadamente las posibilidades de elección.
La calamidad como única alternativa ante otra, que aduce Felipe Calderón para justificarse, es una aberración moral a la que el autor califica de “estrategia herodiana”, por la similitud con tal monarca contemporáneo al nacimiento de Jesús de Nazareth.
Varias son las calamidades acumuladas del sexenio que termina con el sino sangriento que le acompañará de forma ineludible para siempre. El nombre de Felipe Calderón quedará irremisiblemente unido al derramamiento de sangre por causa de su empecinamiento en una absurda y equivocada estrategia de guerra contra el crimen organizado que enluto, como nunca, a miles de familias.
El calderonato ha sido una calamidad particularmente en materia de derechos humanos.
Los indicadores abundan aquí y allá: más de 80 mil muertos, más de 20 mil desaparecidos, más de 120 mil desplazados, cientos de miles de familias rotas y ciudades, pueblos y rancherías sometidos al miedo, la violencia y la desolación, como afirma el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. El alarmante aumento de la tortura, el incremento progresivo del número de desapariciones forzadas, el elevado número de asesinatos, desapariciones y actos de intimidación y hostigamiento registrados contra defensores y defensoras de derechos humanos y periodistas, señalados tanto por el Comité Contra la Tortura y el Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas o Involuntarias, ambos de la ONU. Igual apuntan los informes de Amnistía Internacional, Human Rights Watch, y los organismos civiles defensores de derechos humanos nacionales. Todos ellos indican, a todas luces, que hay un gravísimo retroceso en materia de derechos humanos y una situación muy cercana al desastre humanitario en el tema. Una calamidad que pudo evitarse, pero que Felipe Calderón no quiso.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)