De jóvenes y viernes
Todos y todas aprendimos algo el pasado viernes 8 de febrero: las personas jóvenes que protagonizaron la movilización para oponerse al alza del transporte, las autoridades involucradas, los medios de comunicación, y la ciudadanía en general. Fue una lección de política y construcción de ciudadanía digna de análisis.
La “emergencia” juvenil no debiera sorprender a nadie. De hecho siempre han estado ahí: son la primera mayoría en la pirámide poblacional del país, también ocupan los primeros lugares en otros aspectos menos honrosos como en la tasa de desempleo juvenil (12.3% datos de la OIT) que es más del doble del promedio nacional en materia de desocupación; mientras que la cobertura en educación básica es superior al 90 por ciento, en la Educación Media Superior se desploma al 65 por ciento -en cifras redondas- y apenas 3 jóvenes de cada 100 llegan a la educación superior. El repunte de la violencia que continúa bañando en sangre al país se ha ensañado con las personas jóvenes: si hasta el 2005 los accidentes automovilísticos constituían la mayor causa de fallecimientos en las personas de 15 a 29 años, al registrarse a partir del 2006 un aumento inédito de homicidios, éstos han terminado por convertirse en la principal causa de muerte de los y las jóvenes. Los homicidios de adolescentes de 15 a 19 años repuntó 124%; entre jóvenes de 20 a 26, 156%; y entre los de 25 a 29 años, 152%. (Instituto para la Seguridad y la Democracia, 2011).
Por su parte San Luis Potosí tiene el tercer porcentaje más alto del país de jóvenes entre 12 y 29 años de edad que no están en la escuela ni se dedican a actividad laboral alguna, lo que representa el 29.5 por ciento de la población total en ese rango de edad, sólo detrás de Coahuila, que tiene el 31.3 por ciento de sus jóvenes sin estudiar ni laborar, y Guanajuato, con el 29.6 por ciento. (Los Jóvenes y la Educación, SEP, 2011)
Sí, el “bono demográfico” lo estamos sistemática y sostenidamente arrojando a las fosas comunes, la pobreza, la marginalidad y el desencanto. El futuro nos hará pagar la factura en formas inimaginables.
Pero una cosa es hablar, sesudamente o no, del “bono demográfico” y otra es verlo en la calle exigiendo ser tomado en cuenta, como ocurrió el pasado viernes.
A muchos adultos se les llena la boca afirmando simplonamente el lugar común de que “los jóvenes de hoy son apáticos”, eso en el mejor de los casos, porque generalmente se recurre a los prejuicios y la estigmatización: “violentos”, “revoltosos”, “rebeldes sin causa”. Para eso la sociedad potosina se pinta sola: somos una de las entidades en las que más personas creen que los jóvenes que no estudian ni trabajan lo hacen… ¡por decisión propia!, es decir, por “huevones” o “vagos” (Encuesta Nacional Sobre Discriminación en México, CONAPRED, 2010). El 44.3 por ciento de los encuestados en San Luis Potosí así opinan, superando por ocho puntos porcentuales la media nacional. Por si fuera poco, la encuesta también refleja el grado de desconfianza de la ciudadanía a los jóvenes, el 65.6 por ciento de los potosinos consideró justificable, en algún grado, llamar a la policía cuando se junta en la calle un grupo numeroso de jóvenes. La media nacional sólo llega al 49.2 por ciento… San Luis le teme a sus jóvenes. Los legisladores no son la excepción, menos a partir de ahora.
Superados los prejuicios y las simplonerías, lo sucedido el viernes nos enseña que cuando el “bono demográfico” se lo propone, así sea solo un sector, pero decidido, suceden cosas relevantes. Es un aprendizaje de ida y vuelta, tanto para las personas jóvenes mismas como para el resto de la sociedad.
Uno de los asuntos de la emergencia e irrupción de las personas jóvenes organizadas con objetivos claros y acciones certeramente dirigidas, es que viene acompañada de sus propios modos. La política tradicional nos les ofrece modos, de hecho les solicita y hasta exige que se adapten a los modos tradicionales, desde la famosa y desgastadísima cantaleta de la “representatividad” del sistema democrático y electoral, hasta el de la cooptación a través de los sectores juveniles partidistas con su tradicional esquema de jerarquías y subordinaciones. Así, el poder no les brinda espacio, y de hacerlo debe ser “adaptándose” a los usos y costumbres de la politiquería.
Aunque pareciera que la exclusión es la principal, sino la única opción que la sociedad suele ofrecerles a las personas jóvenes, ellas no tienen por qué asumirla como destino manifiesto. Cada vez que las personas jóvenes se reconocen como actores y sujetos de su propio destino nos ofrecen la posibilidad de rejuvenecer como sociedad, capacidad que pareciera perdida por momentos. No fue así el viernes 8 de febrero: personas jóvenes decididas a no ser simple y llanamente excluidas de decisiones que les afectan directamente y tomadas por quienes se atrincheran en conceptos y modos gastados, nos dieron una lección. Para estar a tono con el periodo cuaresmal concluiré con dos sabios aforismo bíblicos: el que tenga oídos para oír, que escuche, y el que tengas ojos para ver, que vea.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)