De futbol y democracia
Me gusta el futbol. He perdido la pasión de antaño tanto porque hay cosas que valoro ahora más que la liga de futbol mexicana, como por cierto desencanto respecto del manejo económico y político del deporte, particularmente en nuestro país.
Es un entretenimiento que, ocasionalmente, me ayuda a distraerme y, en algunos casos, relajarme.
No son mi equipo los Tigres ni el Morelia, soy Chiva, me gustan los Pumas y espero reivindicar al San Luis ahora que dizque Televisa ya lo vendió. Sin embargo la atracción tentadora del partido decisivo del Tigres contra el Morelia el próximo domingo, programado por la Femexfut y TV Azteca a la misma hora del debate, sin inocencia alguna, es fuerte.
Ambos equipos están jugando bien y, salvo el desenlace del partido de ida, todo apunta para que sea un buen partido de futbol, de esos que sólo se ven en la liguilla luego del largo ayuno de aburridos partidos del torneo regular. A ello se añade, en mi particular caso, que mi esposa, apasionada del futbol por efecto de los hijos, es egresada de la Universidad Autónoma de Nuevo León y apoya fervientemente a los Tigres.
Las elecciones, sus campañas y la democracia son quizá más aburridas que la liguilla, pero tienen mayores efectos en nuestra vida cotidiana. Una elección, la del 2006, desencadenó una serie de efectos que hoy nos tienen postrados en un estado de violencia e inseguridad que nunca habíamos imaginado y que ha causado que miles de familias, muchas de ellas sin interés alguno en la política y muy futboleras seguramente, no cuenten hoy con uno de sus integrantes para ver la liguilla, sea porque forma parte de los más de 60 mil muertos del sexenio o de los miles de desaparecidos de cuyos datos y paradero no tienen siquiera idea los gobiernos.
Otra más, en 1988, llevó a la administración pública a una camarilla de tecnócratas encabezada por Salinas de Gortari que impulsaron y consolidaron un modelo económico que destruyó negocios pequeños y medianos, llevó a la bancarrota y al endeudamiento a miles de familias, entre muchos otros efectos, y que ha producido graves desigualdades al transferir los bienes públicos a agentes económicos privados. Ahora, como efecto directísimo de ello, esos poderes privados tienen mayor fuerza que el Estado y nos imponen a las mayorías sus propios intereses, hasta el punto de haber construido una candidatura presidencial durante varios años, y negarse ahora a transmitir el debate presidencial en los canales de mayor penetración y alcance en el país. Salinas Pliego obtuvo TV Azteca de mano de Salinas de Gortari.
Los resultados de procesos electorales afectan nuestra vida. La de todos sin excepción. Afectan nuestro bienestar económico, nuestras posibilidades laborales, nuestra libertad, el futuro de nuestros hijos y el propio, la posibilidad de salir a la calle y volver a salvo a nuestra casa. Lo hacen de manera directa e indirecta, pero lo hacen: se meten en nuestra vida, seria y profundamente.
No se puede obligar a que todos y todas vean un debate presidencial, quien no quiera tiene el derecho de no hacerlo, apagando la televisión o cambiando de canal para ver el futbol, el revulsivo “Pequeños gigantes”, su serie favorita o cualquier otra porquería del repertorio chatarra televisivo. Si tiene cable hay más opciones, cierto, canales culturales, históricos, de difusión científica y más chatarra también, aunque por el momento en una de las cableras ya no se transmitan los canales de TV Azteca. Puede rentar una película, pasear a su mascota, ir al cine, hacer ejercicio: lo que le venga en gana.
Sin embargo, se trata, sí, de brindar la mayor y más fácil accesibilidad al conjunto de la población en un tema fundamental y de la mayor trascendencia: la elección presidencial. La idea debiera ser ofrecer las más amplias posibilidades de acceso al debate. Quienes no quieran verlo, encontrarán seguramente la forma de evitarlo. Es justo lo contrario de lo que pretenden las televisoras.
Quizá no sea la mejor opción obligar a una cadena nacional, sin embargo, como ha puesto las cosas Ricardo Salinas Pliego y la Femexfut –es decir Televisa-, es imprescindible solicitarlo. Toda vez que nuevamente ha quedado en claro que para las televisoras son más importantes sus negocios que el interés público y la democracia. No debiera sorprendernos que así sea, lo que es grave, es que no hay institución alguna que haga prevalecer el interés público por sobre el privado de los grandes consorcios televisivos, en este caso.
De ese tamaño es el reto de las televisoras.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)