Cuando llegué a Macondo
Para Oscar
¿Tu quoque, [b]rute?-Sí, también.-
Cuando llegué a Macondo ya había recorrido las venas abiertas de América Latina. Fui llevado a ellas como quien viaja a sus raíces, a un interior propio. Escuché su aflicción, su clamor que subía y llegaba lejos. Y así me vi navegando en su corriente.
Afligida y todo ¿por qué cantaba? al tiempo que surcaba sus venas, no hubo ocasión en que no me acompañó su música. Entendí luego que no podía ser de otra forma, pues era un vaso comunicante de sus venas -quizá sus mismas coronarias-, un viaje distinto y propio dentro del viaje. Una de sus abiertas venas, por donde fluyen dicha y quebranto, esos dos materiales que -dice Violeta- forman el canto de todos, que es el propio canto. Así fue que por primera vez supe de Macondo, y que allí la vida pasa siendo remolinos de recuerdo. Pero aún no llegaba a Macondo.
Me adentré también por las arterias de su historia. Hice a un lado la historia oficial y supe de quilombos y palenques, de resistencia, rebeliones y raíces. Aprendí, me enseñaron los que pasan, que la montaña es algo más que una inmensa estepa verde, y supe de geografías liberadas, amplias y reducidas, y su memoria de fuego. Y así le recorrí casi entera, pero aún no llegaba a Macondo.
Si otros partieron de Macondo para arribar a Cómala, yo seguí el camino inverso para ocurrirme como aquél andaluz que, justo allí, comprendió que al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver. Pero aún no llegaba a Macondo.
La era estaba pariendo un corazón y el tiempo parecía estar a favor de los pequeños, de los olvidados, a favor de buenos sueños, pronunciándose a golpes apurados. Supe la historia de un golpe -en rigor, de varios- y sentí en la cabeza cristales molidos. Para entonces ya sabía que América Latina tenía su primavera con una esquina rota, su canto general, sus heraldos negros y su sóngorocosongo. El Panteón de sus traidores y sus guerras sucias, y las fosas comunes de sus desaparecidos y mártires. Sus abuelas de la Plaza de Mayo y de todas las plazas. Sus teologías y filosofías de la liberación, su teoría de la dependencia, su pedagogía del oprimido y hasta su boom literario. Ya entonces Artemio Cruz había muerto junto con su revolución institucionalizada y corrompida. Pero así aún, y con todo ello, no llegaba a Macondo.
Me fui acercando a él en círculos concéntricos, por aproximaciones, como sin querer llegar. Casi lo topo cuando seguí la ruta del general en su laberinto, pero pasé de largo. Cuando supe del amor y otros demonios, pensé enexorcizarme haciendo el viaje… pero no llegué a Macondo.
No sé si llegué temprano o tarde, pero cuando llegué a Macondo entendí el viaje y éste, finalmente, adquirió sentido.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)