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Cien años del Doctor Nava

El centenario del nacimiento del Doctor Salvador Nava es ocasión propicia para el análisis, en retrospectiva, del navismo, movimiento social que encabezó.

El navismo constituye uno de los movimientos sociales más llamativos y trascendentes en el llamado proceso de transición democrática del país. Si bien el movimiento tuvo una profunda raigambre de identidad regional, por sus anticipados objetivos y demandas de democratización desde su conformación en los años cincuenta, así como por su recurrente permanencia hasta la etapa de transición hacia la alternancia en los años noventa, en el contexto del sistema político mexicano representa un referente ineludible de los cambios del sistema político mexicano y “una variante de oposición política sin paralelo en el México contemporáneo” (Pansters, 1997).

El navismo resulta, en el contexto nacional, un movimiento social de excepción en varios sentidos. Representa una de las más tempranas y consistentes luchas de la sociedad civil con demandas específicamente democráticas y cívicas en el contexto del sistema autoritario mexicano, lo que constituye una inédita anticipación que adelanta con mucho a la llamada tercera ola democratizadora que coincidió al final de los noventa con el definitivo proceso de transición democrática del régimen postrevolucionario. Resultó ser también una de las poquísimas experiencias exitosas durante el primer periodo del autoritarismo priísta, no exenta de derrotas.

Desde luego que también presenta una serie de debilidades particularmente por la articulación del movimiento en torno al liderazgo político y moral del Doctor Salvador Nava, al que finalmente no logró trascender en tanto movimiento social, así como por la compleja y hasta contradictoria relación con los partidos políticos que, sucesivamente, terminaron por alejarse del movimiento ante la refractaria naturaleza de éste para convertirlos en sus intermediarios: el sinarquismo, el Partido Comunista, el PAN y hasta el PRD.

¿Qué definió al navismo? Por una parte lo es, sin duda, el arraigo a lo local en tanto espacio político propio que se vive en el ámbito del municipio y, en menor medida en el estado. Martínez Assad (2001) estima que el navismo debe ser reconocido como el auténtico primer promotor de colocar en el municipio la clave del proceso de descentralización en el futuro de México. Por otra parte, en el discurso del movimiento,existió un alto componente de “dignidad”, que en muchas ocasiones se vinculaba con conceptos de “honestidad” y “legitimidad”, así como con el ejercicio de las libertades cívicas, es decir, con el ejercicio pleno de la ciudadanía (Pansters, 1997; Reygadas Robles Gil, 1998; Martínez Assad, 2001).

Para los poderes fácticos locales enfrentados al navismo durante más de treinta años, a saber: la estructura priísta, el gobierno estatal en todos sus niveles, sus intelectuales orgánicos, y los medios de comunicación que le eran funcionales -es decir, todos-, el navismo se inscribía en un conservadurismo de reminiscencias oligárquicas. El encono con que fue tratado localmente el navismo durante sus distintas etapas, con algunos periodos de tregua, fue inversamente proporcional al creciente reconocimiento nacional que obtuvo, particularmente en su etapa final a principios de los noventas.

El arraigo y la defensa al espacio local, el ejercicio pleno de las libertades cívicas, la dignidad ciudadana vinculada tanto al ejercicio honesto de la autoridad y la legitimidad en su ejercicio, así como un alto componente de ética cívica, amalgamados ante el reconocimiento de un adversario representado en el cacicazgo y/o el centralismo vertical y autoritario, son los elementos que configuran la identidad del navismo, en su largo trayecto que une los inicios de la revolución institucionalizada en los cincuentas, hasta la alternancia en los noventa.

Cabe destacar también la gran capacidad que el movimiento tuvo para desplegar estrategias y repertorios que se convirtieron en un referente nacional durante el periodo de transición que llevó a la alternancia en la década de los noventa: particularmente la “Marcha de la dignidad” que pronto se convirtió en uno de los repertorio políticos más utilizado por los actores nacionales y locales de la época, así como los plantones ante edificios públicos constituidos particularmente con mujeres, los “cacerolazos”, los actos cívicos paralelos a los actos oficiales, la toma de protesta como “gobernador moral”, y otros más que se constituyeron en patrimonio de los movimientos sociales. Conviene recordarlo ahora que se quieren imponer restricciones al legítimo derecho a la protesta social.

A la disolución del navismo, en tanto movimiento social, contribuyeron diversos elementos que se constituyeron en grandes límites y obstáculos que terminaron por cerrar la estructura de oportunidades del movimiento. Uno de ellos la incapacidad de articular una identidad que no estuviera tan íntimamente vinculada al liderazgo del Doctor Salvador Nava y que, finalmente, le condujo a no sobrevivirle luego de su muerte. También contribuyó la reconfiguración del sistema político mexicano durante los años noventa, que terminó por configurar un sistema de partidos políticos como únicos interlocutores ante el poder, y que ha conducido a la actual partidocracia.

No es el navismo, en tanto movimiento social, quien celebra su centenario, sino su líder Salvador Nava, pero su identidad como movimiento tan vinculada a su figura hace inseparable su análisis. Más allá de las valoraciones que del navismo se continuarán realizando, de lo que no hay duda es que el liderazgo político y social del Doctor Nava contuvo un alto contenido ético que provenía tanto de su prestigio social y personal adquirido en el ejercicio de su actividad profesional con un importante ingrediente humanitario y de servicio a la comunidad, así como de su intachable desempeño al frente de la administración pública y su integridad personal. De eso, nada tiene la actual clase política.


(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)


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