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Dos años del caso Córdova (III). El modus operandi

Los testimonios de las víctimas abarcan un periodo de casi treinta años, desde 1983 hasta 2012. En medio del escándalo la Arquidiócesis debió reconocer que ya desde 1999 existían denuncias contra Córdova y que se extendían hasta 2012, así como una resolución del Tribunal Eclesiástico en 2008 que lo habría absuelto. Así lo recogen notas de prensa local y nacional en declaraciones tanto del vicario general de la Arquidiócesis, Benjamín Moreno, como Armando Martínez Gómez, presidente del Colegio de Abogados Católicos de México, que hacía entonces las veces de temporal y fugaz representante legal y vocero de la iglesia local (prensa del 19 y el 28 de mayo de 2014).

El primer testimonio conocido data de 1983 y refiere al abuso sexual perpetrado contra menores en el Instituto Potosino Marista donde laboraba Córdova previo a su ingreso al Seminario Diocesano. El entonces director, religioso de la Congregación Marista, Marco Antonio Flores Meyer, le despidió luego de recibir la queja de la familia Abaroa por abusos cometidos contra su hijo Humberto, quien públicamente ha dado testimonio de lo ocurrido (prensa del 21 y 22 de mayo de 2014). La familia no presentó denuncia ante autoridades civiles, el asunto quedó entre los directivos escolares y ciertos ámbitos eclesiales pues la familia, de amplio reconocimiento entre la élite local, también acudió al sacerdote José Luis Dibildox, entonces al frente de la parroquia de Tequisquiapan y quien luego sería el primer obispo de la Tarahumara (1994) y hoy lo es de Tampico desde 2004.

A pesar de ello, Córdova fue admitido poco después al Seminario Mayor Diocesano. Testimonios de seminaristas contemporáneos señalan que las conductas de Córdova “todos lo sabíamos, incluso los encargados del Seminario, estaba en filosofía cuando yo estaba en primero de preparatoria… ya sabía de esas situaciones, por medio de compañeros del mismo Seminario” (diario Pulso del 21 de febrero de 2016. Nota de Oliver Guevara).

Ya como sacerdote y en medio de su vertiginoso ascenso en las cúpulas eclesiásticas locales hacia 1989 y 1990, Córdova Bautista continuó manteniendo relación con alumnos y ex alumnos del Instituto Potosino Marista que participaban en los movimientos pastorales a su interior. Pronto terminó convirtiéndose en quien asistía a los retiros espirituales y acudía a confesar a los jóvenes de secundaria y preparatoria, así como del Colegio Motolinía. Para entonces, el episodio de su despido años atrás se había disipado ante el cambio de directivos y a que la familia afectada no formaba ya parte de la comunidad educativa.

De este periodo datan los estremecedores testimonios de las víctimas que recogen las entrevistas publicadas por Sanjuana Martínez los días 4, 18 y 20 de mayo de 2014 en la prensa nacional. Fue la primera vez que las víctimas se atrevieron a hacerlo. De un círculo de once jóvenes que integraban una célula de los grupos juveniles escolares, descubrieron que siete de ellos habían sido abusados en distinto grado y ocasiones por Córdova Bautista. Sacerdotes y religiosos a quienes acudieron buscando orientación les recomendaron no interponer siquiera queja al interior de las instancias eclesiásticas, ya que hasta podría resultar contraproducente para ellos. Era su palabra contra la del sacerdote entonces en meteórico ascenso y prestigio en las cúpulas eclesiales y sociales. El resultado, en aquel entonces, era harto previsible.

La documentación aportada en la denuncia penal por las víctimas de la parroquia de Nuestra Señora de la Anunciación de la colonia El Paseo, data de otro periodo: 2000-2004. La queja a la Arquidiócesis, mediante escrito la hicieron las familias en abril de 2004 luego de descubrir lo que ocurría en el grupo de adolescentes que el propio Córdova había formado recién fuera nombrado párroco del lugar. La denuncia penal da cuenta de diecinueve menores que fueron víctimas del abuso. Para entonces Córdova ya era el encumbrado representante legal de la Arquidiócesis y el principal interlocutor entre iglesia y gobierno locales.

El abuso que detonó la exposición pública del caso ocurrió en agosto de 2012. Así, conforme a los testimonios documentados, no hay periodo en la trayectoria de Córdova ni ámbito de su actividad en que no hubiere desplegado recurrentemente conductas de abusador sexual. Ello sin considerar siquiera los otros expedientes que permanecen aún encubiertos al interior de la Arquidiócesis potosina.

La sordidez de sus conductas es deleznable y da cuenta de diversos y recurrentes modus operandi realizados durante décadas, uno de ellos consistente en que luego de ganarse la confianza de la familia, gracias a su investidura sacerdotal, invitaba con autorización familiar al menor a la Ciudad de México con el pretexto de ayudarle a realizar trámites propios de su carácter de apoderado legal de la Arquidiócesis. Allá, alejados del ámbito familiar y en situación de vulnerabilidad extrema, les narcotizaba para cometer el abuso. Los empleados del hotel Casa Blanca, ubicado en la colonia Tabacalera, le conocían por ser cliente habitual. Al día siguiente del abuso, invariablemente, acudía a la Basílica de Guadalupe donde, en alguna de las capillas privadas que se ubican en la parte superior del templo, celebraba misa con sus víctimas a las que revictimizaba manipulándoles religiosa y emocionalmente sobre lo ocurrido.

Otro recurso utilizado era la “confesión alternativa”. Cuando los adolescentes, de quienes se ganaba la confianza por su trato amable, le solicitaban una confesión o consejo, con el aparente fin de conversar en un ambiente de mayor confianza les hacía acudir a su domicilio privado. Luego de escuchar los problemas que le confiaban les señalaba que, más allá del sacramento, lo que necesitaban era una “confesión alternativa”, la cual consistía en una especie de terapia relajante que les ofrecía mediante masajes corporales y administrándoles unas pastillas calmantes que provocaban desde relajación hasta una fuerte somnolencia, la cual era aprovechada para cometer los abusos sexuales. La frase “te veo tenso”con la que solía iniciar su propuesta quedó marcada en la memoria de los jóvenes que fueron objeto del abuso.

Desde luego que sin el encubrimiento otorgado por la Arquidiócesis potosina, las patológicas conductas individuales del sacerdote no habrían sido sistemáticamente utilizadas ni dañado a tantos menores a lo largo de décadas. El encubrimiento institucional jugó el papel clave del modus operandi. De eso se trata, fundamentalmente, la pederastia clerical: la reiteración de conductas patológicas individuales plenamente conocidas y encubiertas por la institución eclesial con el fin de salvaguardar, por sobre todo, el prestigio institucional. Sin importar las víctimas, por supuesto.

(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)


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