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¡…no es de Dios!

Marchar para privar o negar derechos a personas, de minorías o mayorías –no hace diferencia– …¡no es de Dios!Marchar para, mediante presión política, exigir al Estado que no otorgue derechos a personas… eso no es de Dios.De marchar… marchen, en su derecho están. ¿No les gusta la Tesis 43-2015 que resolvió la Suprema Corte de Justicia sobre el matrimonio civil igualitario? de acuerdo, critíquenla. Despotriquen de ella si les place. Protéstenla públicamente ¿por qué no? Léanla primero, por supuesto. Pero hagan un sereno y profundo examen de conciencia antes de solicitar o hasta exigir pública y –por ello– políticamente, que un grupo de seres humanos, sin importar su cuantía y, al caso, su orientación sexual, sigan siendo privados de condiciones de igualdad, dignidad y libertad, es decir, de sus derechos. Esos que ustedes tienen y gozan (…como manifestarse públicamente, por ejemplo…) y que, sin embargo, considerarían ilegítimo –como lo es– que otros, pocos o muchos (…no hace diferencia…) se los nieguen o arrebaten o, peor aún, le exijan al Estado hacerlo.¿En verdad estiman que los valores evangélicos, los del Reino de Dios que pregonara Jesús de Nazaret, suponen algo así? Piénsenlo en serio.¿Se uniría, de vivir en nuestros días, el carpintero-profeta de Nazaret a una marcha para solicitar o hasta exigir privar de conformar una familia (con sus correspondientes derechos) a las personas homosexuales, discriminándoles así en consecuencia, o lo haría en una para exigir el cese de la discriminación, o por alguna otra de las muchas causas por las que nuestro país se encuentra lacerado como: la violencia, la impunidad, la desigualdad de oportunidades y la pobreza extrema? Reflexiónenlo durante el breve examen de conciencia sugerido.Si lo quieren, conminen –sin obligar, por supuesto– a los miles (o millones) de católicos y católicas homosexuales a que no contraigan matrimonio civil, se descarta –por supuesto– que ustedes se los darán nunca a través del rito religioso, ello a pesar de los sólidos indicios históricos de que durante la Edad Media e inicios de la Época Moderna varias iglesias cristianas practicaban la ceremonia de la adelfopoiesis para unir a dos personas del mismo sexo, habitualmente hombres. Díganles, si así lo estiman como auténtico y cierto, que su no elegida condición de no-heterosexuales les aparta “per se” de la Iglesia, la gracia y hasta del Reino y la misericordia de Dios, si quieren. Díganles que sólo reprimiendo su sexualidad podrán ser auténticos y verdaderos cristianos o católicos, ya lo hacen a través de Courage Latino –en sus propias palabras– “un apostolado católico” dedicado a “hombres y mujeres que viven la condición de Atracción al Mismo Sexo (AMS), y que buscan vivir conforme las enseñanzas de la Iglesia Católica en el tema de la homosexualidad” (sic). Háganlo si su conciencia, o su falta de ella, se los permite sin remordimiento alguno. Si logran convencerles y los creyentes homosexuales se adscriben, en el ámbito de su vida personal de manera consciente y voluntaria a tales percepciones, así como a sus consejos y prácticas, dense –si hacerse puede– por satisfechos, entonces. Pero deténganse un poco antes de exigir públicamente que todas las personas, incluso las no católicas, cristianas o creyentes deban adscribirse obligatoriamente –a través de la ley– a vivir de acuerdo a un código moral que no es el suyo. Y, desde luego, si el Courage Latino no surte ni tan siquiera efecto en sus propios fieles, no les impidan entonces acceder a un derecho civil consagrado en la Constitución. Háganlo siquiera a ejemplo del juez inicuo aquél de la parábola evangélica que atendió, finalmente, el reclamo de la viuda importuna, que toca a su puerta ahora a través de la Tesis 43-2015 de la SCJN.Y, por simple decoro, tengan a bien reservarse sus comentarios públicos respecto que “la especie humana se ve un tanto amenazada, pues si se generalizan los matrimonios igualitarios, quien lo va a resentir va a ser la humanidad…”, y así por el estilo. Resérvenselos –por decoro, insisto– al menos, para sus cotilleos parroquiales, comidas entre pares, o cualesquier otro grupo primario de referencia que reproduzca sus valores, filias y fobias y donde puedan –si así lo estiman adecuado– contarse asuntos homofóbicos de tan mal gusto. Consúltenlo, al menos, también durante el examen de conciencia sugerido.Salgan a la calle, amparados en la Constitución –por supuesto–, camuflando su marcha política de “caminata” o hasta de procesión o peregrinación religiosa si quieren, ya verán –incluso– que el Estado laico es la mejor protección para la libertad de religión y cultos y la indebida intrusión en sus vidas privadas, incluyéndose aquellas contra sus particulares creencias religiosas. Pero tómense un tiempo, mediante un pequeño examen de conciencia, antes de manifestar públicamente el desatino de solicitar hacer uso de la ley, mediante la realización de consulta pública –por ejemplo– para negar y restringir derechos. Eso no debe hacerse en una sociedad que aspira, así sea medianamente, ser democrática e instaurar –tenuemente aunque fuera– un Estado de derecho. Si estiman que ambos conceptos son contrarios a los valores del Reino predicado por Jesús, si trabajo les cuesta, por la enorme distancia temporal que nos separa de la predicación de Jesús, comprender los valores del Reino que predicara, escuchen siquiera a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, su “Vicario en la tierra” como también se le conoce, hoy mismo llamó a los fieles, particularmente a los sacerdotes católicos, a ser más misericordiosos en un tema vinculado al que nos ocupa, el matrimonio. Lo hizo referido al tema del divorcio, otro asunto que da para mucho cuando se prepara una marcha política camuflada de caminata-peregrinación en defensa del “matrimonio natural y la familia”, cualquier cosa que eso signifique. ¡Misericordia, por Dios, misericordia!Pero una cosa sí les digo, desde la fe católica compartida: que marchar para exigir privar o negar derechos a personas… ¡no es de Dios!Postdata: tampoco lo es de la democracia, el Estado de derecho ni los derechos humanos…pero, bueno, esa es otra historia.

(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)


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