#LadyChiles y la moral de los idiotas.
Ufana, segura de que había dado una lección ética a su empleada doméstica, Adriana Rodríguez de Altamirano, vecina de Cancún, Quintana Roo, subió a su perfil de Facebook el video que la lanzó a la fama viral para convertirla en #LadyChiles.
Su certeza moral refería no sólo a la convicción ética de su “buen actuar” ante su empleada, ya que seguramente esperaba que su acción fuera reconocida y encomiada por sus contactos de Facebook, cinco de los cuales le aprobaron mediante el “me gusta”, antes que la posterior avalancha de comentarios en redes sociales, a través de los hashtag de #HumilloComoLadyChiles, #LadyChiles y los infaltables e inefables memes, dieran al traste con la lección de moral de #LadyChiles, un digno ejemplar de la moral de los idiotas.
El idiota moral es una definición propuesta por el filósofo catalán Norbert Bilbeny en su libro del mismo nombre al analizar desde una perspectiva ética el holocausto nazi, y sirviéndose de la reflexión de Hanna Arendt, la pensadora alemana de origen judío, que acuñara la frase “la banalidad del mal” al examinar la conducta del criminal de guerra Adolf Eichmann, durante el proceso seguido en su contra en 1961. La frase alude y describe a la persona que, incluso dotada de un nivel medio y hasta de un buen coeficiente intelectual, “muestra incapacidad para distinguir entre el bien y el mal”.
Arendt no encontró en Eichmann un monstruo o una persona particularmente dotada de crueldad, tampoco un psicópata. Sus actos obedecieron al hecho de que formaba parte de un sistema de exterminio del que se entendía como un operario, que no reflexionaba sobre las consecuencias de sus actos, en tanto le eran dictados por quienes conducían el sistema. Así, la “banalidad del mal” refiere a aquellas personas que actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin considerar los efectos o el resultado final, en tanto que éstos obedecen a la lógica del sistema en el que están insertos.
Guardando, desde luego, las enormes distancias entre #LadyChiles y el genocida nazi, así como las teorías éticas de los autores y las limitadas pretensiones de este artículo periodístico, un mecanismo parecido ocurre con #LadyChiles.
Ella, como muchos y muchas, ajustan su conducta moral guiándose por un sistema ético donde el criterio es dictado o sugerido por la Fundación Televisa y la Rosa de Guadalupe, en el que a la reflexión ética le ha sustituido la fraseología mercadotécnica del “¿Tienes el valor, o te vale?”, para justificar y perpetuar un sistema clasista de desigualdades abismales donde cada quien debe ocupar el lugar que le toca. No es casualidad que #LadyChiles acompañara el humillante video con una argumentación, que no tiene desperdicio, en la que se pregunta: “…quiero saber cuántas señoras les convidan a sus muchachas un Chile en nogada preparado esmeradamente en casa…abundante y sin escatimar nada de los 25 ingredientes que religiosamente tiene que llevar”.
La moral de los y las idiotas es un conjunto de lugares comunes, banales, triviales, intrascendentes e insustanciales dictados y construidos por un sistema clasista con la finalidad de auto justificarse moralmente.
Idiota es una palabra etimológicamente derivada del griego y su uso original refería al ciudadano de la polis privado y egoísta que no se ocupaba de los asuntos de interés público, sino sólo de sus intereses privados.
Así ocurre con la moral de los idiotas, una moral individualista que no solo ignora, sino que intencionalmente omite considerar siquiera las lacerantes realidades del orden -mejor aún: desorden- social y en la que llevarse a escondidas un chile en nogada de casa de los patrones es más reprobable que no pagarle aguinaldo o seguridad social. Una moral que no se cuestiona respecto de la eticidad de la pobreza, la enorme brecha de desigualdad social abierta más allá de sus narices, pues la moral de los idiotas está ocupada solo de sus chiles en nogada, tal y como el idiota, en la acepción griega original, vive sin interés en los asuntos públicos retirado en su fortaleza privada, indiferente a razones y hechos.
El cretinismo moral de los idiotas termina por no superar siquiera la antigua concepción de que hasta la condición social de pobreza se debe a la falta de valores de quienes la padecen. Así, en otra campaña de corte empresarial propalada hasta la náusea, un empleador decide no contratar a un desempleado porque en el camino a la entrevista laboral compró un video pirata. Se niega incluso a entrevistarle siquiera. La moraleja es clara: por eso está desempleado. Se merece el desempleo “por no tener valores”.
La moral de los idiotas, ampliamente impulsada por los aparatos ideológicos de los poderes fácticos, parafraseando a Arendt y Bilbeny, es la banalización de la moral. #LadyChiles nos lo muestra.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)