¿Wojtyla, modelo de vida?
La canonización de Wojtyla, si bien asunto interno de la Iglesia Católica, no deja de tener un impacto que sobrepasa sus fronteras, dada la ascendencia cultural, moral y hasta política que la institución tiene en el orbe entero, y particularmente en sociedades con tradición católica arraigada como la nuestra y, en general, la cultura occidental que tiene al cristianismo impreso en su propio ADN.
No es solo por mera inercia cultural que la Iglesia Católica influye en nuestras sociedades y sus centros de decisión, lo es también porque tal fue el proyecto institucional que impulsó el largo papado del polaco Juan Pablo II.
En efecto, durante los veintiséis años que ocupó el más alto cargo del único estado teocrático que continúa vigente en el planeta, Wojtyla se encargó de construir y fortalecer un modelo de Iglesia Católica centrado en el fortalecimiento de la institución, antes que en el de la misión, pues desde su particular óptica ésta última dependía de la fortaleza de la primera.
Así, las prioridades de Wojtyla fueron reforzar la autoridad y conducción central de la Iglesia desde la Curia Vaticana, aferrarse a una identidad homogénea sobre los ejes del dogma y la preservación de una moral conservadora, particularmente en el tema de la sexualidad, ello con la finalidad de que tal fortaleza le posibilitara posicionarse ante los distintos centro de decisión mundiales (gobiernos, medios de comunicación, poderes económicos de facto, empresas trasnacionales, ONU, etc.) y, así, tener la suficiente influencia sobre las principales decisiones en materia de regulación de la moral y la salud pública, particularmente en materia sexual: penalizar el aborto o impedir su despenalización, obstaculizar políticas de salud que promuevan la anticoncepción, fortalecer la familia nuclear heterosexual tradicional, combatir el matrimonio entre parejas del mismo sexo, obstaculizar el divorcio legal, como sus temas principales y hasta obsesivos. Todo ello adosado con su muy particular ideología anticomunista polarizada por el contexto de la Guerra Fría, en el que vivió y ejerció su actividad sacerdotal en su natal Polonia bajo el yugo soviético. De personalidad más bien rígida que flexible, con tintes de terquedad, intransigencia y hasta autoritarismo, enfocó todos sus esfuerzos en un modelo de Iglesia poderosa, capaz de tratar de iguales, al tú por tú, a los poderosos para, desde ahí, influenciar al mundo.
Para sostener un modelo eclesial así, Wojtyla debió recurrir naturalmente a los sectores eclesiásticos que se movían entre los poderosos como pez en el agua: los Legionarios de Cristo y el Opus Dei, dos organizaciones religiosas que abiertamente escogen y prefieren su cercanía con las élites sociales, políticas y económicas, por considerar que el único camino para influir y permear a la sociedad se da a través de tales sectores, a los que busca influenciar asumiendo su formación moral, intelectual y educativa. La estrategia supone que al influenciarlas con determinados valores evangélicos, siendo las élites quienes mueven al mundo, éste será susceptible de impregnarse de tales valores. Existe, por supuesto, un sesgo en el tipo de valores evangélicos propuestos y a desarrollar, donde se privilegian los de corte espiritual e individuales, antes que los de corte social y de solidaridad comunitaria. Sabido es que durante el papado de Wojtyla, ambas organizaciones gozaron de enorme influencia y privilegios en la Iglesia Católica.
Nada, ni nadie, debía interferir o interponerse en su modelo de Iglesia. Ni los teólogos liberales europeos o norteamericanos, la Teología de la Liberación latinoamericana, los gobiernos burocrático-autoritarios del bloque socialista, ni los escándalos de abuso sexual de sacerdotes y, por ello, tampoco, los reclamos de las víctimas.
Todos esos aspectos, cada cual en su esfera, algunas de carácter interna y otras externas, eran obstáculos que socavaban su modelo de Iglesia impuesto a fuerza de disciplina, autoritarismo, obediencia y sumisión y, de llegar el caso, coerción.
Así fue que combatió y persiguió implacable, inflexible y con rudeza a las corrientes pastorales y teológicas que colocaban en la opción por los pobres, el eje de un catolicismo renovado, como la Teología de la Liberación latinoamericana, o aquellas que cuestionaban la infalibilidad del Papa y resaltaban el carácter colegiado de la conducción eclesial, como lo postulaban algunas corrientes que influenciaban a Conferencias Episcopales de países europeos, o a las que cuestionaban la moral sexual oficial del Vaticano por considerarla totalmente desfasada de la realidad y ocasionar serios y graves problemas pastorales que afectaban a fieles y devotos católicos y católicas de buena fe y disposición.
Intransigencia e inflexibilidad era la respuesta de Wojtyla. No se debía poner en riesgo la uniformidad intraeclesial, pues ello debilitaba tanto la identidad como la operatividad de la institución para influir en los centros de poder.
Cuando la dimensión y gravedad de los abusos sexuales del clero católico empezaron a rebasar las barreras de la disciplina, la obediencia y la sumisión -tanto de fieles afectados como de las burocracias eclesiásticas- Wojtyla, congruente con su opción de modelo eclesial de preservar la institución ante todo y a cualquier costo, prefirió operar y permitir implementar mecanismos que, concluye el reciente informe del Comité de los Derechos del Niño en torno a las violaciones a la Convención sobre los Derechos del Niño atribuidas a la Santa Sede (febrero del 2014), “no tomó las medidas necesarias para abordar los casos de abusos sexuales de niños y protegerlos… [adoptando, en cambio,] olíticas y prácticas que han permitido la continuación de dichos abusos por clérigos y la impunidad de los perpetradores…[prefiriendo] sistemáticamente preservar la reputación de la Iglesia y proteger a los autores de dicho abuso, y no el interés superior del niño”.
¿Ese es el modelo de vida que, de acuerdo a la tradición milenaria de la Iglesia Católica en materia de canonización, se eleva como ejemplo de vida virtuosa, para que los católicos del orbe le tomen como modelo a seguir?... No, gracias, yo paso. Hay infinitamente mejores
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)