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Romero y Francisco… el catolicismo en la encrucijada

Hace treinta y cuatro años fue asesinado Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, cuando un sicario al servicio de la derecha salvadoreña le disparó directo al corazón cuando celebraba misa. Un blanco fácil.

Un día antes, en su homilía dominical, radiada a todo el país, había conminado a los integrantes de base del ejército, las policías y los cuerpos de seguridad a desobedecer las órdenes de sus superiores para reprimir y asesinar a la población civil: …Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado…En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!

La derecha civil, empresarial y militar que ahogaba en sangre al pueblo salvadoreño resolvió acelerar los planes para asesinarle, hartas del mensaje y la valiente denuncia que Monseñor Romero encabezaba.

Paradójicamente, Oscar Arnulfo Romero, había sido nombrado Obispo y luego Arzobispo con la abierta complacencia de los sectores conservadores de la oligarquía salvadoreña por considerarlo uno de los suyos, como lo había demostrado probadamente en el ejercicio de su ministerio sacerdotal previo y al frente de la Secretaría de la Conferencia Episcopal Salvadoreña donde criticaba abiertamente a la, entonces influyente, Teología de la Liberación tachándola de “sociología marxistoide”, regañando y riñendo a sacerdotes y agentes pastorales que la impulsaban y que en el contexto de una sociedad empobrecida, explotada y reprimida, no eran pocos ni pocas. Un grupo de curas progresistas hasta elaboró una carta pública protestando su nombramiento por conservador.

Corrían los años setenta, la oligarquía salvadoreña al amparo de la hegemonía norteamericana y la doctrina de la seguridad nacional contra el avance del comunismo, volvía más férreo su control y explotación sobre el país más pequeño y pobre del continente, el pulgarcito de América. Los sectores populares pretendían organizarse para su defensa y la represión aumentaba exponencialmente. Escuadrones de la muerte organizados conjuntamente por terratenientes, empresarios y militares asesinaban con crueldad a líderes campesinos, obreros y estudiantiles, la represión se intensificaba afectando también a sacerdotes, agentes pastorales y catequistas de la Iglesia católica comprometidos con los sectores empobrecidos. La lucha armada, mediante la guerrilla, comenzaba a gestarse.

Esa lacerante realidad y su contacto con ella cambió, convirtió -en un sentido genuinamente religioso-, a Oscar Arnulfo Romero.

Su proceso de conversión es un caso paradigmático de la transformación de una iglesia anclada en la cercanía a los poderes políticos y económicos, desde donde ejerce influencia y se beneficia, hacia una iglesia con una opción preferencial por los pobres, para decirlo en términos del discurso eclesialmente correcto. ¿Es lo que ahora impulsa el latinoamericano Papa Francisco durante su primer año de pontificado? Sí, aunque no exactamente igual, debido a tan diferentes contextos históricos de los setentas y el actual.

Es claro que Francisco se ha desmarcado de la agenda conservadora que caracterizó a Wojtyla y Ratzinger e impulsa, con fuertes resistencias institucionales internas, una renovación eclesial centrada en recuperar una actitud misionera y evangelizadora, abandonando el modelo autorreferencial que la caracterizó bajo los anteriores pontificados y que la condujo a una grave crisis. La transformación propuesta requiere abandonar el centralismo y el clericalismo, mediante un acercamiento auténtico y genuino con la cultura contemporánea que ponga énfasis no en su condena sino en su comprensión, pero desde una clara posición crítica a las estructuras de opresión y exclusión, desde la opción preferencial por los pobres. Nada más, y nada menos.

El fin de la guerra fría, las profundas transformaciones estructurales producidas por la globalización neoliberal y sus consecuencias, entre otras, plantean algunos retos semejantes pero también muy distintos a los que le tocó vivir a Monseñor Romero, pero sin duda, Francisco prefiere obispos con ese estilo antes que a muchos de los actuales a quienes ha dirigido fuertes mensajes: " Los Obispos han de ser Pastores, cercanos a la gente…Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Deben ser hombres que no tengan psicología de príncipes, que no sean ambiciosos…y que sean capaces de estar velando sobre el rebaño que les ha sido confiado" (Discurso pronunciado ante el Comité de Coordinación del Consejo Episcopal Latinoamericano en Río de Janeiro, el 28 de julio del 2013)

¿Podrá Bergoglio vencer los pesados lastres heredados del periodo Wojtyla-Ratzinger? Difícil saberlo y, en todo caso, debe apurarse pues el tiempo corre en su contra.

A treinta y cuatro años de su muerte, y uno del nuevo papado que intenta renovar el catolicismo, la figura de Oscar Arnulfo Romero constituye una figura ejemplar que se agranda. Por instrucciones de Francisco, el año pasado se desbloqueó el proceso de canonización de Romero, que había sido detenido por Wojtyla, el mismo que lo abandonó a su suerte.

(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)


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