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Los cangrejos

“Cangrejos, al combate, cangrejos, a compás; un paso pa´ delante, doscientos para atrás”, resuena el coro de una de las más ocurrentes y satíricas canciones del repertorio liberal durante los años de la Guerra de Reforma y la Intervención Francesa. El mote “cangrejos” aludía al bando conservador... y pareciera que así seguimos.


En estos días convulsos es difícil discernir qué es lo peor que ocurre, si la vociferante, grotesca e infame campaña de linchamiento oficial y mediática contra la CNTE; el degradante espectáculo de un Poder Legislativo atrincherado, sesionando en la madrugada, a escondidas, amurallado, sordo y necio; o las reaccionarias opiniones de algunos Magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) para echar por la borda la reforma constitucional en derechos humanos del 2011.

Me parece encontrar un común denominador en buena parte de ello: el conservadurismo latente en la estructura psicosocial y cultural de la sociedad mexicana. Sí, nuestra idiosincrasia ha sido amalgamada con una aleación de conservadurismo difícil de sacudirse.

Uno de los talantes más groseros de este conservadurismo es la discriminación por razones de origen étnico y social. A activar peligrosamente ese resorte se ha dedicado la campaña de linchamiento mediático contra el CNTE que es, en toda forma, una campaña para generar odio y pánico moral contra un movimiento social. Así, resulta afrentoso escuchar a “analistas”, “periodistas” y comentaristas de toda laya que les endilgan calificativos, juicios y estigmas del tipo: “vándalos”, “no quieren ser evaluados”, “enemigos de la reforma”, “no quieren trabajar”, y otras linduras. Haciéndose eco de ello, ciudadanos comunes y desinformados por los mismos medios que estigmatizan a los docentes disidentes, en las redes sociales y las conversaciones les aplican calificativos como: “prietos”, “apestosos”, “indios”, “pinches indios”, “indios de mierda”, “nacos”, “pinches nacos”, “gatos”, “costeños” y así por el estilo. ¿Quiénes son los violentos? El linchamiento mediático ha perdido toda sofisticación orwelliana para situarse en un nivel de vulgaridad aterrador. Las consecuencias pueden ser graves.

Pero el talante conservador no solo está en la calle, los noticieros, la redes sociales y las conversaciones banales, también está instalado en la propia SCJN. En su seno ha ocurrido una grave contrarreforma en materia de derechos humanos.

Si en junio del 2011 muchos celebramos la reforma ahora lamentamos y condenamos que sea la propia SCJN la que dé marcha atrás, pues con su resolución reafirma el paradigma anterior en el cual la violación de derechos humanos es posible siempre y cuando la establezca la Constitución, como ocurre en el caso del arraigo, por ejemplo, toda vez que cuando exista una restricción expresa en la Constitución al ejercicio de los derechos humanos, así sean éstos reconocidos en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos suscrito por nuestro país a través de Tratados, Convenciones y Declaraciones, no obstante, se deberá privilegiar lo que indica la norma constitucional. En lugar de colocarse en la perspectiva de la universalidad de los derechos decidieron, como los cangrejos, dar marcha atrás y conservar la supremacía de la Constitución. Con ello se ha diluido, en buena medida, las posibilidades de la reforma constitucional del 2011.

Da vergüenza saber que la Ministra Luna Ramos sea capaz de estimar como “traición a la patria” el considerar a los tratados internacionales a la par de la Constitución y apelar a la “conciencia nacionalista” para evitarlo. Es la manifestación de un chauvinismo jurídico conservador del que no han querido salir la mayoría de los juristas y abogados del país, amparados en su trinchera jurídico-formalista que les fue transmitida durante su formación profesional.

Uno y otro fenómeno son manifestaciones del conservadurismo opuesto al cambio y la innovación, que prefiere el estado de cosas donde una élite natural por nacimiento, riqueza, educación y color cutáneo debe ser la encargada de dirigir y gobernar a cambio de la disciplina, felizmente aceptada -desde luego- de los subordinados que deben respetar a “la autoridad” y su debida jerarquía constitucional y legal, para mayor y mejor abundancia. Un conservadurismo que rechaza la ampliación de libertades y derechos, más aún la lucha por ellos, pues eso solo manifiesta el carácter “rijoso”, “bárbaro” y “vandálico” de las clases sociales “bajas”, como queda de manifiesto con esos “prietos”, “apestosos”, “pinches indios de mierda, nacos, gatos y costeños” que, según la clase política y los medios, se niegan a aceptar una reforma educativa que, eso no lo dicen, no es tal.

“Cangrejos, al combate, cangrejos, a compás; un paso pa´ delante, doscientos para atrás”.

(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)


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