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Hugo Chávez, al fin de la batalla

El papel y la figura de Hugo Chávez, más allá de su indudable personalidad carismática, debe entenderse a la luz de la historia contemporánea de América Latina.

Durante los años 60 y 70 la Guerra Fría era el escenario que lo definía casi todo, desde la política mundial hasta los conflictos internos, nada podía mirarse sin considerar la confrontación entre los dos grandes bloques. Ni quienes pretendían mantener el estado de las cosas, el estatus quo, ni quienes anhelaban reformarlo o, mejor aún, revolucionarlo.

Cualquier fenómeno era analizado y enfrentado bajo la lógica de la gran confrontación: la revolución cubana, por supuesto; el movimiento estudiantil del 68 en México, habría sido una subversión inducida por Cuba y el marxismo internacional; la llegada vía la institucionalidad democrática de Allende al gobierno de Chile, era una afrenta para Estados Unidos pues el bloque socialista ampliaba su “zona de influencia” y se reducía la suya dando mal ejemplo a la región, ya de por si infectada por el ejemplo cubano; las dictaduras militares de Centroamérica y el Cono Sur justificaron su llegada por una guerra subversiva que se desarrollaba a su interior impulsada por la “lucha de clases”, etcétera, etcétera. Ello solo por hablar de la región sin entrar a los conflictos del Sureste Asiático, África y el Medio Oriente.

La democracia no gozaba de particular aprecio por casi nadie en aquel entonces. Unos y otros, refiriéndome a los dos bloques ideológicos en pugna, solían apagarla y disolverla con relativa facilidad y frecuencia de no acomodarse a sus designios. Ni qué decir de México donde la maquinaría priísta lo dominaba todo.

Las opciones libertarias y las luchas contra la opresión, en América Latina al menos, parecían poder ocurrir solo desde las posturas de izquierda. La teoría sociológica de la dependencia, la pedagogía del oprimido de Freire, la Teología y la Filosofía de la Liberación, desde la teoría, y la revolución cubana y Sandinista, y hasta la experiencia truncada de Salvador Allende, parecían dar cuenta de ello, en tanto datos empíricos.

Pero los ochenta y los noventa trajeron la resaca neoliberal, a Reagan, Thatcher, Wojtyla, la desaparición de la URSS, el ascenso de los fundamentalismos de toda laya. Las coordenadas de comprensión de la realidad se modificaron radicalmente.

Las dictaduras militares dejaron de ser funcionales a los intereses hegemónicos, las luchas guerrilleras de inspiración guevariana parecían perder referentes claros y horizontes viables. Los mecanismos democráticos empezaron a ser valorados por unos y otros. Causas y temas, antes que las ideologías meta-comprehensivas, parecían tener mayor efecto en los resortes que impulsan la participación ciudadana y social: la lucha por los derechos humanos, el medio ambiente, la búsqueda de la equidad de géneros, la diversidad sexual, derechos de las minorías, y un largo etcétera que no ha dejado de crecer.

Una “ola democrática”, la tercera según Huntington, llegó a América Latina, pero en un primer momento fue surfeada exclusivamente por el espectro político situado a la derecha. En buena medida porque su instauración tuvo mucho de tutelaje tanto por la potencia hegemónica norteamericana como por las dictaduras militares a las que no les quedo de otra que retirarse, a condición de ciertos acuerdos políticos más fácilmente aceptables por las democracias cristianas y centristas.

Y en eso, llegó Chávez. Su ascenso y llegada a la Presidencia de Venezuela, su permanencia mediante triunfos electorales, referéndum revocatorio y aun enfrentando un golpe militar, afianzó su liderazgo no solo en Venezuela, sino en la región, que de a poco empezó a ver que la “ola democrática” empezaba a ser surfeada, ahora, por gobiernos de izquierda en Chile, Brasil, Uruguay, Bolivia, Paraguay, Ecuador.

Su papel en la historia reciente de América Latina es importante para entender, en buena medida, el alejamiento político en la región de la derecha y el corrimiento hacia el espectro político de la izquierda -con sus matices y peculiaridades-, así como el distanciamiento de la región de la hegemonía norteamericana y hasta su aparente debilitamiento. Hay otros factores por supuesto: Lula, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet, Evo, Fernando Lugo, Rafael Correa, la depresión económica del 2008-2009, la presidencia del Partido Demócrata en la Casa Blanca, etcétera, pero sin la política seguida por Chávez en Venezuela y su efecto en la región no podría analizarse a cabalidad tal fenómeno claramente observable en América Latina. No se puede escatimar su papel en la actual geografía política del continente.

Su papel político fue de la mano, cierto, con rasgos de su personalidad y carisma. No podría ser de otra forma, como en ningún líder político y social ocurre, pero va más allá de ello por el efecto que tiene en las estructuras sociales que se ven modificadas por su accionar.

Las derechas desplazadas se atrincheraron para llenar de carga ideológica y demonizante el concepto de “populismo” y endilgárselo a cualquiera que enarbolara causas igualitarias, o hablara de derechos sociales, distribución de la riqueza o de intervención estatal en la economía. Chávez era, a decir del escritor Eduardo Galeano, el principal y más malvado demonio del “populismo”. A los y las venezolanos que por mayoría le hicieron ganar cuatro elecciones y el referéndum revocatorio durante catorce años, no pareció importarles.

Su presidencia y liderazgo en la región renovaron los estudios académicos serios sobre la relación entre populismo y democracia. Benjamín Arditi, Margaret Canovan, Ernesto Laclau, entre otros, son algunos de los analistas que arrojan interesantes reflexiones, cuyos antecedentes se encuentran en Peter Worsley, y que brindan propuestas inteligentes de cómo vincular populismo y democracia, que pueden guardar una profunda compatibilidad que sorprendería a la gran mayoría que solo ha abrevado de la caricatura construida con fines ideológicos por las derechas, como un adjetivo para descalificar a los adversarios políticos.

No soy amigo del culto a la personalidad, de hecho me produce náuseas. No creo que alguien pueda ser tan, tan malo como diga CNN y FOX, los políticos gringos y, en general, la derecha continental, ni tan, tan bueno como los beneficiarios de las políticas directas de Chávez...nadie lo es así, menos en política, y Chávez fue un político en toda forma. Como cualquier ser humano, Hugo Chávez, tuvo luces y sombras. Asuntos en materia de vigencia efectiva de derechos civiles contrastaron con sus logros sociales. Es una disyuntiva que en la “política real” no ha terminado de resolverse, mientras que la izquierda suele preferir y privilegiar la justicia social (derechos sociales) y mayor participación, las posturas de derecha lo hacen con el orden y la legalidad (derechos civiles, igualdad ante la ley) y una participación institucionalizada. La ecuación, aunque en términos filosóficos es una falsa disyuntiva, en la práctica política no termina de encontrar el justo equilibrio, por lo menos en estas regiones de profundas y graves desigualdades sociales.

El balance final de la figura y el papel de Chávez lo dará el tiempo y la historia su acompañante, cierto, pero de seguro no pasará desapercibida.

(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)


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