Las madres centroamericanas en busca de sus hijos e hijas
Brenda Suyapa Zúñiga Roque salió de Paraíso, Honduras, su lugar de origen, en marzo del 2003. Irónicamente buscaba llegar a otro paraíso, más allá de las fronteras de su pueblo, sumido en la miseria, la inseguridad, la ausencia de oportunidades…la nada. Y la nada se la tragó durante su paso por México. Veintiún años. Posa sonriente y francamente coqueta. Guapa y morena aparece en la fotografía que porta la Caravana de madres centroamericanas en busca de sus hijos e hijas desaparecidos en tránsito por México.
Gloria Yamileth García, salió de San Pedro Sula, capital del departamento de Cortés. Lo hizo en junio del 2007. Sonríe, mira fijamente a la cámara con sus ojos negros profundos. Desborda vida, buscaba vida…nada saben de ella ahora en San Pedro Sula.
La foto de Cristian David Amaya Argueta bien pudiera estar en el anuario escolar, recién recibe un premio que porta en las manos con aire orgulloso, peinado relamido, corbata escolar y sonrisa espontánea. Con algunas excepciones adustas, casi todos y todas sonríen en las fotos, ajenos a la desgracia que les espera, al drama que les ronda. Cristian es de Choluteca. Las fotos de las personas desaparecidas de Choluteca Honduras, suman decenas. Ocupan toda una sección propia en la galería contra el olvido que se ha desplegado en la Casa del Migrante de San Luis Potosí, durante su paso por la ciudad.
Hay personas de muchas edades, menores de edad, treintas, cuarentas, pero prevalecen los y las de veintitantos, los jóvenes.
Cuando Eric Daniel Erazo se tomó la foto que porta la Caravana quiso lucirse, y a pesar de que el nudo de la corbata, un tanto ochentera, no parece que fuera su especialidad, el traje sí le sienta. No aparece su edad, pero no se requiere. Se ve un adolescente cabal, mirada y sonrisa pícaras. Un mechón rebelde en la frente le quita la solemnidad al traje y la corbata. Su foto se recarga sobre la pata de una de las mesas. Parece uno de los mosaicos del altar que forman el resto de los cuadros, las decenas, los cientos que traen sus familiares.
Pero sólo son algunos pocos de los miles de desaparecidos y desaparecidas hondureños, guatemaltecos, salvadoreños, nicaragüenses, entre otros, cuyo rastro se ha perdido en México, sin que le interese a casi nadie. Organizaciones de familiares centroamericanos estiman en cien mil el número de personas desaparecidas en nuestro territorio en los años recientes.
Sumados a los diez mil mexicanos y mexicanas desaparecidos y los setenta mil muertos del sexenio de Calderón, las cifras dan muestras de la magnitud de la tragedia en que nos ha sumido el calderonato. La suma de muertos y desaparecidos durante la dictadura militar en Argentina asciende a treinta mil; en Chile durante los diecisiete años de la dictadura de Pinochet son cuarenta mil las víctimas. La cifra en México ya supera las de las tragedias del cono sur y se acerca a las doscientas mil víctimas del conflicto armado más cruento de Centroamérica, el de Guatemala. Pero ahí hubo una guerra civil…aquí, dicen las autoridades, no hay guerra, pero bien reza la frase evangélica: por sus frutos los conoceréis. Y el fruto de la guerra no es otro sino la muerte.
Las madres, padres, hermanos, hermanas, tías, primas, primos que forman la Caravana, tienen miedo al cruzar el territorio hostil en los que se perdió el rastro de sus familiares. Así lo manifiestan. Un campesino nicaragüense, cortador de caña en Chichigalpa, que busca a su hermano menor solo se animó a venir porque lo hacía en la Caravana, en solitario nunca lo habría hecho, me lo confiesa con franqueza durante la conversación.
La Caravana sigue su camino, van de regreso al sur de donde vinieron. Solo una noche pernoctaron aquí. Buscaron en la base de datos de la Casa del Migrante, pues resulta que el Estado Mexicano hasta de eso se ha desentendido: no tiene datos, no tiene registros ¿para qué? no son “ciudadanos”, “nacionales”…si no lo hace con los suyos ¿por qué habría de hacerlo con los “extranjeros irregulares”? No lo dice así, pero no ocupa decirlo: los hechos lo evidencian.
Es notoria la falta de medidas por parte del Estado Mexicano para garantizar la prevención, detección, investigación, sanción y reparación efectivas de los abusos contra los migrantes irregulares que atraviesan nuestro territorio. Esa falta de medidas da lugar a un clima de impunidad. Así lo afirma un reporte de Amnistía Internacional, cuyo título condensa en buena medida gran parte del drama de los migrantes centroamericanos en el país: Víctimas invisibles. Migrantes en movimiento en México (2010).
La lucha contra el olvido, la lucha por preservar la memoria de sus seres queridos que realiza la Caravana de madres centroamericanas en busca de sus hijos e hijas desaparecidos en tránsito por México, rompió, de cierto modo, la invisibilidad de la tragedia. No es suficiente, todavía, pero es necesario.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)