Corrupción sistémica: el caso Wallmart
Los apóstoles del credo neoliberal han insistido machaconamente que las reglas del mercado son las que premian o castigan a los actores económicos y que de ello depende el correspondiente éxito o fracaso.
Aunque la “mano invisible” del mercado ya no sea lenguaje al uso, a más de doscientos cincuenta años de su inicial formulación, persiste su supuesto: la aparente auto regulación que el mercado genera.
Pero crisis tras crisis, así como acto corrupto tras otro, nos enteramos que no es así y que, particularmente en el capitalismo de compadres mexicano, son la información privilegiada y la corrupción, los factores reales y efectivos del funcionamiento económico, político y social.
El caso Walllmart lo ejemplifica, con el agravante de que éste se conoce gracias… al New York Times que informó del gasto de 24 millones de dólares en sobornos a autoridades mexicanas para la expansión de la firma en el país, así como el hecho de que la empresa intentó tapar el asunto.
En estos años, entre 2000 y marzo de 2012, de acuerdo con el diario Reforma, Wallmart registró un crecimiento de 474 por ciento en el número de tiendas abiertas, lo que equivale a 2 mil 277 unidades y se convirtió en la empleadora más grande del país. ¡Vaya manota invisible!
La pachorra y el desparpajo de las autoridades mexicanas son proverbiales. El Secretario de Hacienda José Antonio Meade, declara que aún no hay suficiente información para iniciar investigación alguna. La procuradora Marisela Morales que la PGR no tiene jurisdicción, y la Secretaría de Economía que el asunto es de carácter local y corresponde a las entidades enfrentarlo. Atinadamente señaló la columna Templo Mayor de Reforma: “No cabe duda que la lucha contra la corrupción en México va muy bien… en Estados Unidos”.
Sean del origen partidista que sean, en cualquier nivel gubernamental, es claro que la corrupción gubernamental en nuestro país es sistémica. El sistema mismo no existe sin ella, es su oxígeno y alimento.
La transición democrática no ha traído aparejada, como debiera, la lucha frontal contra la corrupción. Por el contrario, el Índice de Percepción de la Corrupción elaborado por Transparencia Internacional no ha hecho sino bajar durante todos estos años. México cayó 28 lugares en el Índice de Percepción de la Corrupción elaborado anualmente por Transparencia Internacional. En 2007 ocupaba el sitio 72 con una calificación de 3.5 —en una escala del cero al 10—, en 2011 cayó al lugar 100 entre 183 naciones donde se aplica el índice, con una calificación de 3. Así, ocupa el peor lugar entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), ocupando el último lugar entre sus 34 integrantes. En la región latinoamericana, Chile ocupa el mejor lugar con un 7.2, en la posición 22 a nivel global, casi 80 lugares arriba de México, que ocupa la posición 20 de 32 países del área evaluados.
Pero debemos entender que, desafortunadamente, la corrupción sistémica se nutre de un contexto social que no parece estar interesado en castigarla, por el contrario, la premia. El trato que nuestra sociedad da a los corruptos es bastante benévolo. Peor aún, llegan a ser objeto de admiración, casos de ejemplaridad debido a su “audacia” y “arrojo”, tergiversación virtuosa de la vileza. El costo social que pagan los corruptos en nuestro país es muy barato.
No es asunto, sin embargo, de pesimismo la corrupción no es destino manifiesto de México ni de sociedad alguna. Existen políticas públicas eficaces en su combate y progresiva disminución y ejemplos internacionales a seguir. Pero se requiere voluntad política real para un combate auténtico y genuino contra la corrupción.
No la tiene la clase política mexicana en el poder.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis y Revista Transición)