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La banalidad del mal y el horror de San Fernando.

San Fernando Tamaulipas, saltó a la “fama” pública hace apenas algunos meses cuando en agosto del año pasado setenta y dos inmigrantes, en su mayoría centroamericanos, fueron ejecutados a sangre fría en una hacienda del lugar. Las imágenes de la ejecución eran espeluznantes. Hacinados sin dignidad, con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda los cuerpos yacían alrededor de la pared donde fueron ejecutados sin contemplación alguna, entre ellos catorce mujeres.


Por si el horror no fuera suficiente, ahora aparecen diversas fosas en las que, según cifras que parecen preliminares, se suman ochenta y ocho personas asesinadas. Se sospecha que la mayoría fueron secuestradas de autobuses de pasajeros que transitaban por la zona.


El horror alcanza dimensiones dantescas, pues los servicios médicos forenses del lugar no tienen cupo para tantos cadáveres. Y la frase de Javier Sicilia vuelve a sacudirnos: … entonces los políticos van a acabar reinando sobre un montón de osarios y sobre gente que ya tendrá el alma carcomida y despedazada ¿Ese es el México que queremos?


Hanna Arendt, la pensadora alemana de origen judío, acuño la frase “la banalidad del mal”. Lo hizo para analizar la conducta del criminal de guerra Adolf Eichmann, durante el proceso seguido en su contra en 1961, el cual cubrió como corresponsal del semanario estadunidense The New Yorker. Años después se recopiló el trabajo que llevaba en el subtítulo la frase en mención.


Desde su perspectiva, Arendt no encontró en Eichmann un monstruo o una persona particularmente dotada de crueldad, tampoco un psicópata. Desde tal óptica, sus actos obedecieron al hecho de que formaba parte de un sistema de exterminio del que se entendía como un operario, que no reflexionaba sobre las consecuencias de sus actos, en tanto le eran dictados por quienes conducían el sistema. Así, la “banalidad del mal” refiere a aquellas personas que actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin considerar los efectos o el resultado final, en tanto que éstos obedecen a la lógica del sistema de extermino en el que están insertos.


En la reflexión de Arendt, ello no les exonera de culpa y menos aún pueden justificarse las atrocidades cometidas, pero quien las comete parece realizarlas y enfrentarlas desde una perspectiva banal, no las ve como un acto “malo”, no reflexiona, indaga o se cuestiona sobre los fines, motivos, medios y consecuencias de lo que hace. No son, tampoco, psicópatas que torturan, asesinan y masacran. No. Son acciones enfrentadas y asumidas por sus actores desde la banalidad, la intrascendencia, lo insustancial. Los actos atroces devienen, para ellos, en trivialidad, en nimiedad. Algunos psicópatas habrá, cierto, pero no todos los que hacen tales atrocidades pueden clasificarse así.


La “banalidad del mal” es una atrofia de la moral, provocada por un sistema de exterminio que gira enloquecido por su propio eje destructor, donde todo tiene que ser compulsivamente incluido o, sino, eliminado. El otro, no es visto como un ser humano, sino como una cosa que puede ser destruida, ultrajada, eliminada. Este sistema, con su lógica, termina por sustituir y relegar a la ética


Hoy día parece extenderse la banalidad del mal en México.

(Artículo publicado en La Jornada San Luis)


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