Pinochet ¡nunca más!
Finalmente ha muerto uno de los más despiadados, crueles y cínicos violadores de los derechos humanos: Augusto Pinochet.
Un rastro de sangre, dolor, torturas y corrupción le sigue, con su respectiva cauda de impunidad al amparo del poder político y económico.
En su momento, Pinochet fue aplaudido e impulsado al poder por Estados Unidos. Los grandes organismos financieros internacionales le pusieron como ejemplo a las naciones latinoamericanas. Fue con Pinochet que por primera vez se aplicaron las medidas económicas que luego impondría el Fondo Monetario Internacional a todos los países de América Latina, y que harían retroceder los niveles de vida de la población del continente hasta en veinte años, aumentando extremadamente la riqueza de unos pocos –mediante la corrupción de la que fue beneficiario junto con su familia-y la enorme pobreza de las grandes mayorías.
Pinochet mandó asesinar a cerca de tres mil seres humanos, la mayoría chilenos, durante los 17 años que gobernó a sangre y fuego su nación. Detuvo a cerca de 30,000 mil personas; 28,000 fueron torturadas en los centros de detención clandestinos y en las cárceles del país. En los días inmediatos a ese 11 de septiembre de 1973, eran tantos los detenidos que al no haber cárceles suficientes fueron encerrados en el mayor estadio de futbol de Chile. Muchos murieron allí mismo torturados hasta el extremo. Cientos de miles huyeron del país para escapar del terror y la muerte.
Hoy día, algunos pretenden justificar las crueldades de Pinochet y sus corruptelas argumentando que gracias a sus reformas económicas, ahora Chile es la más importante economía de América del Sur. Hoy, dentro y fuera de Chile, los poderosos grupos económicos, la derecha política, algunos “analistas” y los mandos militares, alaban el “legado de la modernización de Chile” y olvidan el costo de dolor humano y degradación ética de la dictadura militar y del propio Pinochet.
Es un argumento perverso y cínico, en el que el éxito absuelve el crimen, olvida la culpa y perdona el pecado. Es la ética de la fuerza bruta, la ética del poder y del cinismo. Es la misma ética que subyace a la expresión de Adolfo Hitler cuando al ser cuestionado por alguno de sus cercanos respecto de la “solución final” para el exterminio judío respondió: ¿Quién recuerda el exterminio de los armenios?
Los servicios que Pinochet hiciera al capital norteamericano e internacional fueron suficientes para asegurarle la impunidad de por vida. Cierto. Pero para que no triunfe la desmemoria, el olvido inmoral y los intereses económicos y políticos que cobijaron al tirano, debemos traer a la memoria las atrocidades de la dictadura encabezada por Pinochet.
Si la justicia fue incapaz de juzgar las atrocidades del asesino, que sea la historia y la conciencia ética, los testimonios de las víctimas quienes señalen lo sucedido, porque la memoria colectiva bien puede ser un antídoto contra las atrocidades. Porque saber y recordar lo sucedido bien puede ser es un síntoma de la esperanza, para que nunca más ni en Chile ni en lugar alguno quede impune la memoria de los violadores de los derechos humanos.
Recordemos a Pinochet como lo que fue y será siempre: un tirano despiadado, cruel, cobarde, cínico, ladrón y corrupto.
Recordemos también, en contraparte, al Doctor Salvador Allende, ejemplo de valor y dignidad, cuya memoria se agiganta día con día.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis)