Fin de sexenio
Como una especie de ciclo trágico, los fines de sexenio son recurrentes en poner de manifiesto la descomposición de la administración correspondiente. Nos persigue la maldición calendárica azteca con sus respectivo días aciagos.
Sin embargo es más patético el actual fin del sexenio foxista porque contrasta notablemente con la euforia y expectativas con las que arrancó el gobierno "del cambio" y la alternancia, luego de la derrota del PRI tras sus décadas en el poder.
De aquella euforia del 2000, que generó expectativas para muchos, nada queda. Ni siquiera para aquellos sectores políticos, sociales y económicos que llegaron a considerar a Fox como una posibilidad de cambio.
Vicente Fox le ha puesto su personalísimo sello de degradación, coronada con sus declaraciones relativas a que ya no le importa decir puras tonterías pues ya se va.
Llegó a pensarse que nunca más seríamos los mexicanos testigos del insultante nivel de frivolidad del saliente José López Portillo, pero no contábamos con la estulticia (forma elegante de decir: necedad, tontería, estupidez y/o sandez) de Vicente Fox y su camarilla encabezada por Marta Sahagún, Rubén Aguilar y Ramón Muñóz entre otros connotados panistas y neopanistas.
De no ser porque los saldos de este sexenio son trágicos, los deslices, impertinencias y ocurrencias de Fox serían meras anécdotas de humorismo involuntario. Pero no es así.
Durante el sexenio que termina, Vicente Fox dilapidó la esperanza democrática del país, no solo al no realizar la urgente reforma del Estado a la que se había comprometido, sino particularmente por su abierta y descarada intervención en el proceso electoral que ha significado un brutal retroceso democrático, cuyas consecuencias seguirán mostrándose desastrosas.
La administración foxista dilapidó millones de dólares de ingresos petroleros que entraron como nunca antes al país, y que en lugar de invertirse en el aparato productivo, la infraestructura, o el gasto social, fueron a parar al gasto corriente de una alta burocracia ramplona, ineficiente, frívola y cínica.
Como nunca antes, durante la engañifa del "gobierno del cambio", miles de mexicanos se vieron obligados a emigrar a los Estados Unidos en la búsqueda de oportunidades, y cooperaron como nunca mediante el envío de remesas, sin que la administración fuera capaz de desplegar política migratoria razonable alguna, prefiriendo plegarse a los intereses norteamericanos.
Fox y los panistas continuaron y coronaron la obra salinista de no ver ni oír la realidad, adosándola con los embustes publicitarios y el gobierno del spot: foxilandia en suma.
El sexenio de Fox culmina en medio de la descomposición social y política reflejada por situaciones que atraviesan desde Oaxaca hasta los graves problemas del narcotráfico.
Pero Fox solo parece pensar y decir incontinentemente trivialidades y banalidades. Encabeza en cadena nacional berrinches propios de adolescentes que los diputados y senadores panistas justifican.
Resultó para Fox más importante gastar recursos públicos en emitir un mensaje al país en el que da rienda suelta a su coraje y frustración, que dar la cara ante los innumerables problemas anteriormente señalados.
Sería darle demasiados créditos a Fox no reconocer que, finalmente, no hace sino encabezar los intereses de los grandes y poderosos beneficiarios económicos que datan del salinismo a la fecha y que continuarán cobrando la factura, ahora con mayores réditos, a Felipe Calderón porque más les debe éste último.
No hay que llamarse a engaño: solo cambia el actor, pero no los intereses que dilapidaron los procesos democráticos, la esperanza cívica del país y la degradación de las instituciones democráticas que tanto esfuerzo nos llevó en colocar los cimientos.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis)