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Habemus Papam

La Iglesia Católica es una institución fascinante. Si se le quiere analizar desde cualquier perspectiva los es, ya que reúne una carga histórica, simbólica y cultural de enorme riqueza y trayectoria. Independientemente de la fe que se profese o del abierto agnosticismo o ateísmo, de las simpatías o animadversiones que la Iglesia Católica despierta es una institución que no puede pasar desapercibida para el análisis.

Estos días han dado muestra de ello. Desde la amplísima cobertura mediática de la agonía de Juan Pablo II, no exenta de morbo macabro, hasta los nimios e irrelevantes detalles de las fastuosas exequias pasando por los preparativos para el Cónclave y el ahora recién nombramiento del conservador cardenal alemán Joseph Ratzinger, han dado abundante material para el análisis de la institución eclesial desde numerosos ángulos.

Todo indica que la Iglesia Católica, como algunos o muchos quisieran, no evolucionará hacia una mayor apertura a las corrientes espirituales, filosóficas y culturales del mundo contemporáneo, lo cual era suficientemente previsible por la composición del Colegio de Cardenales que conformó el propio Juan Pablo II. Al parecer la propia jerarquía católica no considera que tal deba ser la prioridad en este momento, por el contrario, todo apunta que desean fortalecer su papel conservador, y que consideran suficientemente amenazado su corpus moral y dogmático ante tales corrientes contemporáneas, y más que el diálogo o la interacción con ellas, se requiere hasta de su combate. Todo señala que la jerarquía católica atraviesa por una etapa en la que prefiere parapetarse en sus propios conceptos, a la interacción con el mundo exterior.

No será la primera vez que lo hace, como tampoco lo contrario. Una institución de tan larga trayectoria debe su propia sobrevivencia tanto al repliegue sobre sí misma, como a su apertura a los cambios históricos, económicos y culturales de las sociedades. La Iglesia Católica es maestra, entre otras cosas, en la habilidad para el movimiento coyuntural entre ambos polos.

Uno de los puntos es que, contrariamente a la visión jerárquica de repliegue de la institución, no pocos católicos opinan sobre la necesidad imperiosa de lo contrario: la apertura e interacción con las corrientes espirituales, filosóficas y culturales del mundo contemporáneo y sus valores. Particularmente los que no ocupan puestos jerárquicos, los llamados laicos, que se ven envueltos en el vértigo de la vida contemporánea cotidiana y enfrentados a una serie de disyuntivas éticas en todos los campos, desde la vida sexual hasta la actividad laboral y política, así como necesidades y anhelos espirituales que difícilmente encuentran respuestas satisfactorias en tales ámbitos, o peor aún, dentro del marco de una doctrina rígida, con poca apertura y por momentos intolerante. El argumento de autoridad y obediencia propuesto por la jerarquía es cada vez más recurrente pero menos convincente: "La Iglesia no es una democracia, hijo" es el argumento final esgrimido por la jerarquía que la administra y usufructa.

Otro tema para el análisis es la notoria contradicción entre la forma en que cada vez menos católicos siguen las normas de comportamiento ético y religioso proclamados por la institución, con la cada vez mayor influencia de ésta en los ámbitos del poder en donde se toman las decisiones públicas. Mayor y notoria influencia en los centros decisorios del poder político, y menor influencia en el ámbito de las consciencias individuales, paradójico contraste que enfrenta hoy la Iglesia Católica tanto hacia su interior como en su interlocución con el mundo actual. Esto no solo acontece con los laicos, sino también al interior de la propia jerarquía católica, tal y como lo evidencía, por poner un ejemplo, la práctica o no del celibato entre los sacerdotes y consagrados en la vida religiosa.

Con la ascenso de Ratzinger a la sede del Obispo de Roma, bajo el nombre de Benedicto XVI, como ha sucedido con muchos de los nombramientos de Papas, inicia una etapa que habrá de abonar muchos elementos para el análisis y estudio de tan fascinante y longeva institución, uno de los pilares fundadores de la cultura occidental de la que formamos parte.


(Artículo publicado en La Jornada San Luis)


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