La ultraderecha del PAN
El PAN atraviesa, como todo partido que llega al poder, por una crisis de desgaste agudizada ahora en su interior por la lucha entre facciones con ocasión del proceso para elegir a su actual dirigencia nacional.
La ilusión foxista, alimentada por la larga espera y la lucha por derrotar la larga hegemonía priísta, así como sobredimensionada por la mercadotecnia política que caracterizó su campaña, una vez cumplida su histórica misión de dar paso a la alternancia, rápido llegó a su fin sin lograr sostenerse a la altura de las expectativas y menos aún de las circunstancias.
A tal desgaste se suma ahora los efectos que ha producido y lo seguirá haciendo el reciente proceso de elección de su máximo órgano de dirección, el Comité Ejecutivo Nacional, y la forma en que éste quedó integrado.
Es claro que la llegada de Manuel Espino a la Presidencia del CEN panista significa el arribo de un grupo surgido y vinculado a los sectores más conservadores y ultraderechistas del país.
Si bien el PAN desde su nacimiento aglutinó a los sectores de la derecha particularmente vinculados al catolicismo tradicional, los grupos radicales nunca hegemonizaron las estructuras formales del partido. Antes bien, conservaron una serie de organizaciones con estructuras y actividades propias que incluso, en ciertos periodos históricos, llegaron a manifestar cierto recelo por la actividad partidista.
El contexto de la Guerra Fría y su división bipolar, así como la aparición de movimientos armados bajo el influjo de la Revolución Cubana y el guevarismo en América Latina durante los años setenta, fueron un caldo de cultivo de movimientos como el FUA, MURO, los Tecos o el Yunque. Pero tales grupos no solo veían como sus enemigos a los movimientos políticos de izquierda, sino que tenían particular encono contra movimientos católicos progresistas, que fueron en muchas ocasiones sus primeras víctimas. Movimientos surgidos bajo el efecto renovador del Concilio Vaticano II fueron objeto de ataques de grupos de ultraderecha.
En la medida en que tales organizaciones dejaron de ser útiles, sea porque los cuerpos de seguridad del Estado asumieron la labor de contrainsurgencia en el período de la "guerra sucia", o porque el contexto de la bipolaridad de la guerra fría fue declinando, los grupos de ultraderecha, vencido el enemigo, comenzaron a diseñar la estrategia para hacerse de las estructuras formales del poder político. Fue entonces que volvieron la vista a la actividad partidista que con anterioridad recelaron o menospreciaron ante la urgencia del combate directo contra la subversión.
El lugar natural para su incorporación a la lucha por el poder político fueron tanto organizaciones de corte empresarial como el PAN. Los finales de la década de los ochenta y a lo largo de los noventa conocieron del ascenso de integrantes directos o con vínculos estrechos a los grupos ultraderechistas en ambas estructuras.
De tales grupos proviene directamente el actual presidente del CEN panista y buena parte de los integrantes que ahora hegemonizan tan importante órgano de dirección. Su llegada no necesariamente ultraderechizará a todo el PAN en su conjunto, pues deslizar toda la agenda política del partido hacía tal latitud sería una automarginación de la que no puede darse el lujo una institución política que, de por sí, ve peligrar su continuidad al frente del Poder Ejecutivo federal. Sin embargo no deben dejarse de señalar algunos riesgos que conlleva su llegada al control del CEN panista.
El primer riesgo es para el propio PAN, habida cuenta de la forma excluyente y vertical como se conformó el CEN. El grupo de Espino no fue nada generoso y prácticamente excluyo del órgano de decisión a todas las corrientes contrarias a su candidatura, otorgando espacios a algunos con los que debió aliarse, particularmente Creel y Marta Sahagún. Contrariamente a lo que tradicionalmente había sido el CEN panista, un órgano que reunía a personajes panistas del más alto perfil y experiencia política que creaba claros equilibrios, ahora predomina un grupo de bajo perfil y dócil a una presidencia con abiertos tintes autoritarios y excluyentes, en manifiesta alianza con los intereses del precandidato que hace las veces de Secretario de Gobernación y los de la señora Sahagún de Fox.
Por otra parte, es preocupante que en el contexto de la abierta y cada vez más aguda polarización de la vida política nacional, cuyo más notorio efecto y síntoma es el enfrentamiento entre el Ejecutivo Federal y el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, uno de los polos de la lucha sea ahora conducido por actores políticos que han legitimado el uso de la violencia física para la eliminación del enemigo y estrategias de clandestinidad, tal y como durante los años de la guerra sucia lo hicieron, por su parte, los grupos radicales de la derecha de los que proviene el actual dirigente panista y su grupo que hegemoniza el CEN panista..
En el ámbito del panismo local, más temprano que tarde, habremos de ver la forma en que el desdibujamiento del foxismo le afectará, independientemente del propio desgaste, así como también quienes son los beneficiarios locales del arribo del grupo de Espino al poder.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis)