Otro mundo es posible
Para Enrique, Esteban, Gilberto y
Liz, como resultado de una
compartida tarde de invierno
veraniega.
Para quienes como yo que, allá por los finales de la década de los 70, imaginábamos el siglo XXI, y 2000 sonaba, además de película de ciencia ficción, como una puerta abierta a maravillas que silbaba el porvenir piaban su disfunción. Bastaba vos tiempos y su mercado. bre de 1999 vio reagruparse -por citar a uno de los cantautores que embelesaron a parte de mi generación-, nos encontramos ahora inmersos un presente que, desde luego, no soñamos, pero ni si quiera imaginamos.
Al recrear la atmósfera en que nos envolvía el inicio de los 80, imaginábamos que solo era cuestión de tiempo para que a cayera un sistema social y económico injusto y profundamente inequitativo, para dar paso a un futuro diferente y de diametralmente opuesto.
Parecía que el sistema crujía donde quiera, vencido por el propio peso de sus contradicciones. Vacilante ante el abierto desafío que significaban los movimientos de liberación que por aquí y allá, particularmente en América Latina, profundizaban las grietas, desarticulaban su engranaje y amplaban su disfunción. Bastaba dar, creíamos entonces, el último empujón.
Súbitamente, sin comprenderlo bien a bien en su momento, el sistema dio un repunte para fortalecerse. Los modelos de interpretación tanto de la evolución del sistema como de su presunta crisis erraron el tino. No se diga respecto del análisis prospectivo.
No cayó el sistema, lo que se vino abajo con estrépito fueron los paradigmas. Tales modelos de interpretación, pomposamente llamados paradigmas, no dieron para más. Algunos hasta festinaban el fin de las ideologías y de la propia historia.
Azotaba el aturdimiento. Las certezas se desmoronaban para dar paso a una amplia gama de efectos que atravesaban desde la confusión, el desencanto y hasta la claudicación.
Había que adaptarse a los nuevos tiempos y su mercado.
El “nuevo orden mundial” era aclamado por sus profetas y pontífices. Y aunque para muchos el orden no era sino la tergiversación del desorden institucionalizado, el sistema se recomponía a escala planetaria aunque fuera para descomponerlo.
La expansión y consolidación del sistema era inversamente proporcional al reflujo de las ideas y los movimientos alternativos. A la solidificación del sistema correspondía la fragmentación y dispersión de las luchas por combatirlo. La agonía del siglo nos arrastraba.
Pero, como dijo otro cantautor embelesador de mi generación y otras más recientes: ¿quién dijo que todo está perdido? no habrá dé ser tan fácil ni tan simple como pensamos.
La agonía del siglo también significó un renacer. Noviembre de 1999 vio reagruparse una
convicción dispersa aquí y allá: ¡otro mundo es posible! Seattle y la autodenominada “Ronda del Milenio” de la Organización Mundial del Comercio fueron su escenario.
Si, otro, mundo es posible, La afirmación tal vez sea poesía o un conjuro mítico, premonición o inadaptabilidad crónica.
Quizá no hay certezas paradigmáticas o metodológicas, o ésta sea la revancha del voluntarismo, pero hay que abrir paso a· la idea de que otro mundo es posible.
A la realidad de una globalización depredadora de la población y el planeta; la pauperización acelerada de amplios sectores de la humanidad que contrasta con la acumulación de bienes y servicios en unos pocos individuos y naciones; la violencia y el terrorismo tanto estatal como de particulares convertido en mecanismo de intolerancia mutua; el desencanto como alimento espiritual, ideológico y político; el cinismo la impunidad de los poderosos de nuevo y viejo cuño; la hipocresía ritual y doctrinal elevada a rango de religión. En suma: ante la globalización de la exclusión, de la miseria, la ira y la intolerancia, hay que plantearnos que otro mundo es posible.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis)