Los siete barrios del olvido
Ha pocos días, algunos medios resaltaron los hundimientos que presentan las viejas calles de uno de los antiguos barrios de la ciudad, San Miguelito para el caso. El asunto, empero, no es nuevo para quienes habitamos en cualquiera de los afamados siete barrios: Tesquisquiapan (1592 o antes); Santiago (1592); Tlaxcala (1592); San Miguelito (1597); Montecillo (1600); San Sebastián (1603); San Juan de Guadalupe (1676).
Fundados como pueblos de indios y periféricos al poblado español de San Luis Minas del Potosí originado por los descubrimientos en Cerro de San Pedro, hoy día son objeto del más lastimero abandono de las autoridades estatales y municipales.
La infraestructura y el equipamiento urbano de los barrios está en el más absoluto abandono. A mediados de la década pasada se remozaron, cierto, los jardines de los barrios, pero el interior de los mismos presenta graves problemas de drenaje, pavimentación, vialidad, sanidad, fincas en grave deterioro, e inseguridad y, desde luego, pérdida del patrimonio arquitectónico, histórico y cultural.
Dice la administración municipal que tal situación se debe a que los barrios, por considerarse centro histórico, han quedado fuera de unos “polígonos” a los que suelen destinarse los recursos para infraestructura. Ha sido tan apresurada la explicación de lo que son tales polígonos y de los criterios que los conforman, que reconozco no haber entendido aún las cosas, pero sea lo que fuere, el abandono, el olvido y el deterioro está ahí, y no considero que polígono alguno lo justifique.
Los hundimientos en sus viejas arterias son habituales, y más allá de la fascinante teoría de los túneles subterráneos que atraviesan la ciudad y que han dado origen a todo tipo de especulaciones y ficciones, la realidad indica que la red de drenaje de los barrios está colapsada, y que las autoridades solo se dedican a tapar un hoyo abriendo otro, sin enfrentar el problema de la urgente necesidad de una regeneración integral del mismo.
Tal vez a las autoridades y a los visitantes ocasionales de los antiguos barrios, les pueda parecer pintoresco que la mayoría de sus calles estén pavimentadas con adoquines y, que por ello mantengan esa aura de antigüedad. Pero para quienes los habitamos, la absoluta falta de mantenimiento del adoquín no es sino causa de todo tipo de problemas para circular o caminar por las calles. La mayoría de las personas de la tercera edad que habitan los barrios, en buena proporción por cierto, prácticamente están condenados y condenadas a sus casas, pues transitar por los hoyancos y dispares adoquines y banquetas, tan pintorescas para algunos, les resulta un alto riesgo para su seguridad. Muchos han dejado de realizar sus habituales actividades de asistir al jardín a platicar con otros vecinos, ir a misa, comprar el mandado en las múltiples “tienditas de esquina”, y muchas otras. Pero cualquiera corre el riesgo de torcerse un tobillo o irse de bruces. Del deterioro de los autos ni que decir.
Cuando de plano los hoyos, las más de las veces creados por el Interapas, devienen en cráteres, y luego de semanas o hasta meses de infructuosas y frustrantes llamadas a las autoridades, suelen rellenarse por lo general al “ahí se va” con todo tipo de materiales que conforman una amplia colección de parches y desniveles que, más temprano que tarde, reinciden tercamente en su oquedad.
Falta de señalética y semáforos, el aumento exponencial de tránsito vehícular, el avance y expansión de la zona comercial hacia los barrios, así como la absoluta falta de planeación urbana, son algunas de las aristas de la anarquía vial que prevalece en sus estrechas arterias diseñadas para el siglo XVII.
Debemos preservar los barrios, no destruirlos. El deterioro de la infraestructura urbana conduce al deterioro de la calidad de vida de quienes la padecen, pero es un análisis que no parece importar a los poligonistas contemporáneos, cualquier cosa que ello sea.
Mientras tanto, los siete antiguos barrios de la ciudad, languidecen en el olvido, el abandono y el desinterés no solo de las autoridades, sino incluso, de muchos de sus habitantes.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis)