Humanos sin derechos; derechos sin humanos
El linchamiento en Tláhuac, ocurrido la semana pasada, evidencía el largo trecho que por andar queda en materia de crear una cultura de respeto por los derechos humanos.
A fuerza, entre otras cosas, de propagar con insidia la idea de que los "derechos humanos", así, de manera genérica y sin tomarse siquiera la molestia de precisar lo que por ello se entiende, "solo sirven para proteger a los delincuentes", hemos llegado a ser testigos de una turba enardecida que, convencida de que hay cierto tipo de personas que no deben de tener derechos, se da a la tarea de destrozarlos con saña y furia hasta su asesinato y sin aparente sentimiento de culpa alguno, arrastrándose por un falso e ilegítimo deseo de venganza justiciera.
La falsa y hasta perversa percepción de que la defensa de los derechos humanos es un obstáculo en el combate contra la delincuencia y la inseguridad, ha cobrado una de sus facturas con lo ocurrido en Tláhuac.
A tal percepción perversa y su divulgación han contribuido muy eficazmente los medios de comunicación, así como sectores empresariales y conservadores que sin el debido análisis y bajo el sesgado argumento del combate a la inseguridad se han dado a la tarea de cuestionar el valor de la ética de los derechos humanos y sus instituciones, así como promover la adopción de medidas irresponsables o simplistas para resolver el problema
No hace mucho Eduardo Kassis Chevaile flamante integrante del Consejo Ciudadano de Asesores de Seguridad Pública para el Gobierno del Estado, en clara referencia al combate contra la delincuencia sugirió que se aplique la "Operación cucaracha". Así da cuenta la edición del 13 de junio del 2004 del diario "Pulso", de sus declaraciones: "Hay estados donde los gobiernos aplican la Operación Cucaracha: aplastas a una y se asustan las demás".
Continuar abonando la idea de que existen categorías o grupos de humanos que deben ser objeto de un trato inhumano, humillante y degradante, así sea a través de metáforas tan lamentables, solo contribuye a que puedan justificarse y hasta repetirse hechos como los de Tláhuac.
Centrar el problema en la "lamentable confusión" que los habitantes tuvieron al considerar que los policías eran "delincuentes" es una salida perversa. Ha habido otros linchamientos de seres humanos sorprendidos delinquiendo ¿deberemos justificarlos porque entonces se ajustició a quien sí se lo merecía? Tal parece ser el deleznable argumento de algunos.
La crisis en la inseguridad pública por la que nuestra sociedad atraviesa no debe conducirnos a tolerar y hasta fomentar conductas y acciones que violenten los derechos humanos. Es falsa, y hasta perversa, la disyuntiva que pretende enfrentar el efectivo y necesario combate a la inseguridad con el respeto por los derechos humanos.
Todas las personas, por ese solo hecho, tenemos derechos humanos que deben ser protegidos y garantizados, en primera instancia por el Estado, pero se requiere también de una cultura que tenga por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.
Crear una cultura de respeto por los derechos humanos es labor de todos.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis)