Democracia degerada
Luego del proceso electoral del 2000, y particularmente de sus resultados, parece haberse extendido y consolidado una corriente de opinión que tiende a pensar que hemos accedido de manera casi definitiva a una “normalidad democrática”, entendiendo por ello, el paso irreversible de un sistema autoritario característico del régimen priísta a otro en el que los procedimientos democráticos habrán de definir el acceso a los órganos de gobierno, particularmente por la llamada "alternancia" al poder. Sin embargo la situación no es tan simple, y quedan aún muchas asignaturas pendientes en materia de democracia.
Sin lugar a dudas el anterior proceso electoral marcó un hito en la historia política del país, y como tal pasará a la historia, pero inclusive en materia electoral es necesario seguir avanzando y entender que no se trata tan solo de llevar adelante un procedimiento técnico-electoral de manera eficaz y puntual como el realizado por el Instituto Federal Electoral (IFE), sino de profundizar en los procesos cívicos y políticos que deben alimentar de raíz a tales procedimientos, para que entonces éstos sean resultado de auténticos procesos sociales de democratización de toda la vida social.
En una reciente Encuesta Nacional de Cultura y Prácticas Políticas realizada por el IFE y la Secretaría de Gobernación, queda en evidencia que la sociedad mexicana está muy lejos de la "normalidad democrática", particularmente por el hecho de que a pesar de que acude con mayor frecuencia a las urnas, carece de conocimientos significativos sobre asuntos de política, tendiendo a considerar tales temas como asuntos despreciables y carentes de valor. No conoce sus derechos, no acostumbra ni prefiere conversar sobre política, tiene en baja estima la ley y se informa poco e inadecuadamente respecto de los temas políticos.
Esta carencia de cultura y de prácticas políticas ha permitido que se consolide en nuestro entorno nacional y regional lo que algunos llaman una democracia degenerada (Bovero).
La democracia degenerada es un modelo que parece afianzarse en las formas de organización de la vida colectiva de muchos estados contemporáneos, y algunas de sus características son: colusión y confusión entre poder económico y poder político y entre esfera pública y esfera privada; predominio de la mercadotecnia política antes que de los contenidos, de tal forma que hoy día es en los medios donde se deciden las contiendas políticas, pero más aún, hasta los mismos actores políticos suelen ser creaciones mediáticas; reforzamiento de la verticalización del poder Ejecutivo llegando a la legislación por delegación o por decreto.
Es difícil no enmarcar en tales características el fenómeno del foxismo en nuestro país o, como fruto de lo anterior, el proceso que ha llevado al panismo local a tener como su principal figura política a Marcelo De los Santos o, por otro lado, a la intentona del sector priísta dominada por el Ejecutivo local que promover la candidatura de Miguel Valladares.
Lo anterior es uno de los claros ejemplos de la abierta colusión y confusión entre el poder económico y el poder político, que parecen multiplicarse en nuestro entorno social y, sin embargo, no extraña que hasta simpatía despierte tal situación en medio de la inculta y generalizada forma de vivir las prácticas políticas que dominan las escena nacional y local, tal y como lo refleja la encuesta señalada.
La economía de la exclusión, fortalecida ahora por la política de la exclusión. La formalización en el terreno de la organización de nuestra vida colectiva -la política- de una sociedad para los pocos beneficiados de la economía. Se cierra así la pinza mediante la creación y ascenso de “líderes” del privilegio al control de la vida pública, para seguir fortaleciendo la sociedad del privilegio para los pocos.
La economía de la exclusión exige una democracia degenerada, y los actores políticos locales trabajan a pasos acelerados para crearla, solo así prevalecerán.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis)