La ciudad y sus beneficiarios
Hacia las cinco cuarenta de la mañana la ciudad tímidamente comienza a despertarse. La Alameda es, quizá, la única excepción. En ella ya se aprecia el movimiento vehicular, particularmente de camiones urbanos, y sus esquinas no padecen la desolación que acompaña a otros rumbos de la ciudad.
Como cada día, con horario de verano o sin él, las obreras y obreros de la zona industrial, los empleados y empleadas esperan el transporte que habrá de conducirles a la rutina. El atrio del hasta hace poco templo de San José, elevado -si es el caso- a la categoría de santuario, hace honor a su actual denominación y protege de la oscuridad, la calle y la brisa matutina a quienes esperan.
Los hasta hace poco llamados “puestos”, elevados -si es el caso- por la retórica foxista a “changarros” de jugos ya atienden a la clientela habitual. Los voceadores fijos y semifijos ya ocupan también sus localidades. La función debe comenzar.
Aquí y allá se ve gente empeñada en vencer la inercia corporal, rehabilitarse del paso del tiempo, y enfundada en ropa deportiva ensaya su propio ritual. Lo hacen en la misma Alameda, en la hasta hace poco Avenida Juárez, elevada -si es el caso- a Calzada de Guadalupe, y en el hasta hace poco llamado Parque Tangamanga 1, devenido -que tal sí es el caso- en Parque Carlos Jonguitud, y en las distintas áreas verdes que han quedado cercadas por la mancha urbana.
A las siete cuarenta, en cambio, la modernidad ha quebrado la modorra de la somnolienta ciudad. Las estrechas calles, diseñadas para un tiempo y una forma productiva que nada tienen que ver con el siglo veintiuno, no dan abasto. Los viejos barrios, como profecías de autocumplimiento, se hacen cada vez más viejos impulsados por el abandono y el desinterés de las autoridades en turno, y hasta sus propios habitantes. La entrada a los colegios, escuelas, universidades, oficinas y comercios operan como una especie de vértigo, del que pocos pueden extraerse.
Más tarde, debido a una distinta medida del tiempo, lo suficientemente tarde, salen los verdaderos dueños del esfuerzo colectivo, los beneficiarios del vértigo y la nausea. Algún día, si al interpretar los signos de los tiempos saben alinearse adecuadamente, quizá hasta alguna calle lleve su nombre, piensan.
Con otros tiempos, con otro horario y calendario, en una especie de dimensión aparte, en un San Luis distinto y un México virtual apegado al script del reciente informe presidencial, los políticos se preparan al asalto definitivo. Velan sus armas, hacen sus cálculos y diseñan la estrategia. Los inversionistas de los políticos ya cabildean, mercadean, analizan flujos y exprimen del vértigo de la ciudad el zumo que llevará algún día a sus hijos y nietas a aparecer en la siguiente edición de “Ricas y famosas”, aunque sea en su versión provinciana. Esa y no otra es la verdadera obscenidad, podría argumentar a su favor el padre Amaro.
Mañana, incluso antes de las cinco cuarenta, la ciudad volverá tímidamente a despertarse.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis)