La globalización de la violencia
A la globalización de la miseria, la globalización de la exclusión y la globalización de la desigualdad
ha seguido la globalización de la violencia y la intolerancia.
El mundo industrializado encabezado, desde hace un siglo por Estados Unidos de Norteamérica, ha revolucionado las sociedades, la producción, la ciencia y la tecnología, pero ha dejado un rastro de desigualdad y violencia. Impulsado por el motor del lucro para pocos y las pérdidas para muchos, no solo ha logrado llegar a ser un sistema depredador del planeta sino, sobre todo, de las formas de relación y cohesión social.
No son sus innegables avances en el campo de la producción y la tecnología los que han conducido a la crisis del vínculo social tanto a nivel regional como mundial, sino la forma de lograrlos: la guerra, el terrorismo de estado, la carrera armamentista, la transgresión ética, el intervencionismo y la intolerancia, entre muchas, variadas y perversas modalidades.
Hoy, los albores del siglo XXI nos despiertan a la trágica realidad: la violencia se ha convertido en la forma recurrente de enfrentar las diferencias entre los seres humanos. La violencia irracional, con su secuela de muerte y destrucción, ha ganado derecho de ciudadanía como estrategia no solo política, económica e ideológica sino, peor aún, sino como forma cotidiana y "eficaz" de relación humana.
La pedagogía de la violencia y la exclusión ha tenido grandes aportes norteamericanos: Hiroshima, Nagasaky, Vietnam, Chile (otro 11 de septiembre como el pasado martes), Panamá, Irak, y tantos más. No ha sido esa la única escuela, aunque sí la más recurrente, pues las ideologías totalitarias, desde el nazismo hasta el imperio soviético, han conformado el complemento pedagógico con sus secuelas de horrores: el holocausto judío, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, y el muro de Berlín, entre tantos. No ha sido suficiente, sin embargo, y han querido sumarse a la cátedra maestros y maestras no menos avezados: Camboya, Pinochet, las dictaduras latinoamericanas, Ruanda, Liberia, Sierra Leona, Bosnia, Serbia, Milosevic, el Apartheid, Israel y su política en el Medio Oriente, el fundamentalismo islámico, el fundamentalismo judío, el fundamentalismo cristiano, y tantos etcéteras de la pedagogía básica y la universidad del crimen con sus posgrados y especializaciones varias.
La escuela del horror, con su pedagogía, ha surtido efecto, cobra factura, y su cuota nos alcanza. Muchas cosas pueden explicar lo sucedido el pasado martes 11 de septiembre, pero nada debe justificar el uso de la violencia. No es solo el grado extremo de su manifestación y su irracionalidad, por lo que debe ser condenado un acto así, sino porque es el espejo nítido de la globalización de la violencia, la ira y la intolerancia que la pedagogía de la violencia, la opresión y la exclusión han terminado por crear.
La respuesta norteamericana si es realizada, como puede preverse, de nuevo en el esquema de la pedagogía de la ira y la violencia solo conducirá al agravamiento de esta globalización.
Un reto enorme aparece en el horizonte: educar para la paz, la tolerancia, el respeto, y el aprecio por la diversidad, y la lucha contra todas las formas de exclusión y violencia. ¿Lo lograremos antes de que la espiral globalizada de la ira, la violencia y la intolerancia nos alcance? Intentémoslo.
(Artículo publicado en La Jornada San Luis)