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Seattle: crónicas del futuro

Las escenas ocurridas en la ciudad norteamericana de Seattle con ocasión de la reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que habría de impulsar la significativamente llamada “Ronda del Milenio”, se antojan a una premonición del futuro al que se encamina la sociedad planetaria, la llamada “aldea global”, la célebre y preferida frase de los conductores de la globalización que presenciamos al final de este milenio.


Pareciera que la única forma en que el modelo económico y político como el planteado por la OMC habrá de sostenerse será, como la “Ronda del Milenio”, mediante el despliegue de un poderoso aparato coercitivo policíaco y militar que, cual muralla y foso de un nada contemporáneo o futurista castillo feudal, aísle y separe a los globalizadores de los grupos sociales sobre quienes recaen los efectos de su maravilloso y publicitado “nuevo orden mundial”.


Desde tal aislamiento podrán, en paz al fin, continuar organizando su “orden” y convenciendo de los innumerables beneficios que este aporta a tan desordenadas multitudes que, con tan majadera ingratitud corresponden a los desinteresados esfuerzos de sus líderes, a través de protestas como las escenificadas el 30 de Noviembre en Seattle.


Ellos, los globalizadores, lo saben. Y si ahora fueron sorprendidos no lo serán en adelante, y de empeñarse en lo suyo deberán apresurar sus planes de actualizar sus ya modernísimos aparatos políticos y tecnológicos de coerción social.


Pero también lo saben, y empiezan a comprenderlo mejor, esos otros sectores sociales para quienes la “aldea global” es un referente ajeno, una invitación a ocupar la periferia de la aldea, a contentarse con ser espectadores del festín económico, tecnológico y cultural de unos cuantos.


Ellos, muchos de los cuales ni siquiera sufren los peores efectos por ser habitantes de países “desarrollados”, han escrito una esperanzadora página de la historia de este agonizante fin de siglo. Jóvenes, activistas por los derechos humanos, ambientalistas, sindicalistas, “punks”, pequeños granjeros, en fin: ciudadanos conscientes de que no deben prevalecer los intereses de los menos, de los poderosos corporativos transnacionales que ahora mismo imponen su ley a través de la OMC, por sobre los intereses de los más: los excluidos de la globalización, habitantes también de este planeta pero que hoy viven aún peor que hace treinta años y con menos esperanza de futuro que en el pasado reciente.


Y porque lo saben, utilizando incluso la tecnología de punta, implementaron una creativa manifestación de repudio que no pudo ser tolerada por ser ejemplo de libre expresión, que no de “libre comercio”, como tan atinadamente fue señalado por Jim Cason y David Brooks, enviados de La Jornada a la ciudad de Seattle.


¿Cuál será el desenlace que defina las crónicas del futuro? ¿El despliegue coercitivo escenificado por los globalizadores para sostener su reunión, su orden y su modelo? o ¿La irrupción consciente, decidida y multitudinaria de los excluidos de la “aldea global” exigiendo una vida digna para todos?


Las cartas están echadas. Como sea, Seattle se ha convertido en la clara premonición de las crónicas del futuro.

(Artículo publicado en La Revista Transición)


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